En un remoto y solitario valle de México, castigado por el invierno y la sequía, los niños aprenden a contemplar la muerte, la enfermedad y el amor. Una historia sobre sentir vértigo ante la vida, sobre crecer.
Al ver El Eco, tuve que recordarme que lo último de Tatiana Huezo era un documental. (...) Al mostrar la naturaleza muerta de El Eco y cómo se cruzan perfectamente el trabajo de los adultos y los niños, El Eco reafirma que nuestras vidas a menudo reflejan a quienes nos precedieron y que las historias que heredamos están llenas de belleza y dificultades por igual.
...un retrato melancólicamente exuberante e intrincadamente humanista (...) Lo que resuena como formalmente innovador aquí es que Huezo se deshace de la narración por completo, un componente que había destacado en sus obras de no ficción como una forma de que sus sujetos contextualizaran u ofrecieran contraste con sus marcos líricos. En cambio, “El Eco” exhibe una fluidez excelente y no muestra signos de una trama lineal...
El último documental de la cineasta mexicano-salvadoreña, Tatiana Huezo, es un retrato íntimo e inmersivo de una forma de vida, sus ritmos, dificultades y alegrías comunitarias, contada a través de los ojos de los jóvenes que rara vez la cuestionan.
...El Eco encuentra una mezcla vibrante de herencia compleja y horizontes recién nacidos. “Trabajo es trabajo”, le dice un padre a su hija mientras le muestra cómo limpiar un campo de maíz. “No es fácil”, añade. “Hay que hacerlo con amor”. En esta crónica clarividente y afectuosa, Huezo y sus colaboradores han hecho precisamente eso.
Huezo observa esta comunidad fragmentada con una ternura poco sentimental, y solo la ornamentada partitura de Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman, con inflexiones tradicionales, endulza ocasionalmente los procedimientos. Las florituras de alegría y grandeza de la película son simples y elementales, en su mayoría otorgadas por el paisaje y el clima...
Por momentos, uno como espectador olvida los aspectos terribles de la realidad mexicana y comprueba cómo todavía son posibles la ternura y la esperanza. (...) El Eco resulta ser el trabajo de mayor complejidad estructural de Huezo, y también el más logrado en un sentido estético.
El Eco es una visión poética en todos los sentidos – con texturas de romance y de dolor – que nos hace anhelar por sus paisajes y personajes como si fuera una ficción. Ahonda, a través de la cámara y lo que decide mostrarnos, sobre problemas que no son sólo económicos o climáticos, sino también generacionales. Los juegos que inventábamos de niños, las canciones que cantábamos, nuestra relación con abuelos y padres, las tradiciones que tomamos y dejamos.
El eco es un retrato, poético y emotivo, de la comunidad campesina homónima, asentada en un paisaje tan bello como hostil de las montañas de Puebla, México. Con un criterio de registro sustancialmente observacional, Huezo capta impactantes imágenes de esa remota geografía y de los pobladores sumidos en su cotidianidad, capaces de metaforizar una condición de existencia, una sensibilidad, una percepción singular del tiempo que escapa a los dictámenes del mundo moderno y de la vida urbana.
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