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El multiverso según Solaris de Andrei Tarkovsky

La película tiene como punto de partida a una estación espacial que se ha puesto en órbita alrededor del planeta Solaris y sus intentos frustrados por estudiarlo que se han extendido por largas décadas

Solaris del director soviético Andrei Tarkovsky no sólo es considerada como una de sus mejores películas sino como una de las obras maestras del cine de ciencia ficción. Basada en novela de ciencia ficción homónima de Stanisław Lem de 1961. Esta historia es considerada una de las mejores representaciones del encuentro de la raza humano con una inteligencia alienígena superior, lo que le otorga a la bien lograda cinta un lugar en la cima del género.

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La película tiene como punto de partida a una estación espacial que se ha puesto en órbita alrededor del planeta Solaris y sus intentos frustrados por estudiarlo que se han extendido por largas décadas. Aquellas personas que han sido enviadas para llevar a cabo esta tarea han sufrido una variedad de extraños síntomas psicológicos. Es entonces que el psicólogo Kris Kelvin —interpretado por Donatas Banionis—, viaja a la estación para investigar la situación, ahí sólo encuentra a dos supervivientes y trata de entender las extrañas afectaciones que estos han sufrido por el planeta.

Él mismo comenzará a sufrir lo que parece ser una alucinación cuando su esposa fallecida, Hari—Natalya Bondarchuk—, se le aparece en la estación, pero pronto descubre que ella en realidad es una creación del planeta materializada a partir de los recuerdos de Kelvin. El resto de los tripulantes de la estación han experimentado manifestaciones similares, que se interpretan como un intento del planeta de comunicarse con ellos.

La historia se convierte en una inquietante meditación sobre la naturaleza de lo real y la posibilidad de que los seres humanos establezcan comunicación con inteligencias que les son verdaderamente ajenas.
Así, la narrativa de esta película nos ofrece un modelo de interpretación basado en la mirada humana a todo lo exterior a ella, en este caso, al no poder reconocer que el planeta ya interactúa con ellos y que es un ser vivo por sí mismo. Pero en un escenario mucho más esperanzador para la raza humana, este otro ser, también se aventura al reconocimiento de la raza humana por medio de los replicantes que crea.

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La narrativa nos invita a reimaginar nuestra relación con nuestro entorno y "el otro", como una alegoría de nuestro propio planeta, y sobre todas las cosas propone una dinámica alterna, desde el sentido mutualista, al cómo convivimos con él. El autor Douglas Brode señala que la historia se encuentra sustentada por la astrobiología, que atañe al mismo concepto de la vida y a lo que la humanidad cataloga como tal.

Añade también que la idea central tanto de la historia de Lem como de la película de Tarkovsky —así como la también grandiosa adaptación televisiva de Boris Nirenburg en 1968— es el poner al descubierto el origen de la vida en cualquier área del cosmos, así como los factores determinantes que hacer que la vida se desarrolle en una situación específica. De esta manera, los científicos de la estación espacial deberán dejar de lado sus percepciones limitadas sobre el universo y la vida que lo habita para así poder sobrevivir a su encuentro con el océano de Solaris.

En esta narrativa sobre un nuevo mundo con una inteligencia, una personalidad e incluso una moralidad propia la idea del multiverso se hace presente con el concepto de “otro mundo” del género fantástico, pero también recurrente en la ciencia ficción, el cual es bastante maleable según su contexto, pero cuenta como base el lineamiento de mundo autónomo imposible. Desde luego, con los progresivos avances de la ciencia la manera en la que estos otros mundos es concebida también es altamente cambiante, de la misma manera que la ciencia ficción ha evolucionado durante los últimos cien años.

Dentro de los otros mundos entra la posibilidad del mundo de las maravillas —con reglas totalmente arbitrarias y posiblemente cambiantes y el de las hadas, conocido como "Fairy" es una anglicización del francés faerie (encantamiento). Aunque en apariencia estos mundos puedan parecer radicalmente diferentes a lo propuesto con las conexiones planetarias de la ciencia ficción, lo cierto es que todas compartes una gran cantidad de elementos en común.

De manera paralela, Solaris también cumple con los requerimientos para ser considerado un romance planetario, extremadamente popular en la época de los setenta, los cuales suceden en un mondo extraterrestre, comúnmente complementado con la existencia de monstruos y criaturas alienígenas, pero más comúnmente telepatía u otros poderes sobrenaturales parecidos a lo mágico.

Dentro de este lugar común narrativo el héroe es procedente de la Tierra, y los sucesos ocurridos se inclinan por lo sobrenatural dejando de lado el aspecto tecnológico del género, aquí el encuentro entre dos mundos es también el hilo conductor de esta historia. En caso de Solaris, la relación entre Kelvin y Hari sirve como alegoría a cada una de las propuestas de la historia y sus implicaciones con la búsqueda y encuentro con vida ajena a la humana. Este subgénero de la ciencia ficción tiene su origen en las primeras novelas conocidas como “aventuras africanas” en la década de 1880. Conocido como el de “civilizaciones perdidas”, que han sido olvidadas u ocultas deliberadamente que ocupan reinos submarinos o subterráneos o valles ocultos, o algún otro lugar prohibido de nuestra Tierra.

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Este sentido de adentrarse en lo desconocido —mundos, universos, dimensiones o sociedades—ciertamente pertenece a las fantasías especulativas. Pero la verdadera localización del este subgénero floreció en los folletines y los cuentos publicados en revistas donde el motivo "perdido", se extiende a templos, arcas, griales perdidos, ciudades y sigue vigente hasta hoy en con las historias de Indiana Jones. Pese a esta gran tradición detrás de estas narrativas de otros mundos, fundamentalmente se trató de historias con una fuerte carga de racismo y xenofobia, que en el mejor de los casos exotizaba a esa otra cultura “descubierta” por occidente a manera de fetiche o apropiación cultural.

Las convenciones existentes dentro de estos relatos parten desde la perspectiva de un protagonista que
tropiezan con sociedades primitivas o civilizaciones remotas en los confines del planeta que evolucionaron hasta la exploración espacial, y así entran a los terrenos del cuento de viajes interplanetarios. Aunque en su mayoría de esta combinación de motivos nacieron historias que se alejaron del contenido distópico y utópico, o inclusive idealista, para convertirse en simples historias de romance y hazañas en planeta o territorio exótico.

Justo en este punto cobra más importancia la visión narrativa de Solaris, pues la propuesta va mucho más allá de un simple encuentro, llegando a ser en el final de la película un reconocimiento total del uno con el otro, gracias a la decisión de Kelvin de permanecer en el planeta. La historia en sí misma es considerada por los autores Gerry Canavan y Kim Stanley Robinson como una metáfora ecológica en la que se realiza una lectura profunda de la relación mutua entre dos entes conscientes en un momento de curiosidad mutua.

Así, el rol de Kris Kelvin como un mero observador distante en la superficie mirando hacia abajo de su estación espacial cambia a la de ser un participante activo en el conocimiento de la relación entre él y el océano con la que interactúa y con la que terminará formando una nueva relación —en apariencia—simbiótica. Este cambio llega a ser así la propuesta de la historia hacia una mejor relación con el planeta, pero desde luego aplica también para la noción del “otro” con nuevas culturas o simples puntos de vista diferentes.

Finalmente, el hecho de que el cambio sea en la misma noción de aquello que es vida, implica reconsiderar la producción de conocimiento, algo que es por mucho la idea más revolucionaria y contestataria de la cinta. Esta metáfora ecologista nos alienta así a considerar diferentes maneras de interpretar a la vida dentro de la mirada de nuestro propio conocimiento y abrir la mente a nuevas alternativas para juntos —humanidad y planeta—llegar a buen puerto.

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