MACABRO XXII | RESEÑA: Ánima | El laberinto del autosabotaje

El cine de género en México tiene una historia bastante compleja, pues muchas películas de este estilo se escriben y se producen de manera independiente sin posibilidades de alcanzar la exhibición comercial. El país consume mucho estos proyectos, pero no siempre está al tanto de las propuestas más arriesgadas y es por eso que un festival como MACABRO hace la diferencia para los verdaderos fans. En esta edición se presenta Ánima, nueva cinta de Alejandro G. Alegre que marca un cambio importante en su trayectoria.

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Alejandro G. Alegre llamó la atención de los fans del terror en 2011 con el estreno de Los Infectados, película de zombis que se filmó con un presupuesto limitado y propuso un enfoque distinto para tratar este tema que fácilmente puede depender de persecuciones y gore en extremo. El director rápidamente se convirtió en un gran ejemplo de lo que se puede lograr a nivel nacional con recursos limitados, pero con un equipo de trabajo estable y un guion sólido. Tras presentar en MACABRO XIX El Diablo me Dijo que hacer, el creador regresa a las filas del festival con una propuesta más íntima y madura llamada Ánima.

¿De qué trata Ánima?

Ánima tiene una historia bastante compleja que debe ser atendida por el espectador en lo que claramente es un juego de más de dos vistas. La sinopsis oficial explica que Samuel, interpretado por Marcos Duarte, se encuentra con un doble, situación que lo hace dudar del mundo a su alrededor que parece ser controlado por una fuerza mayor cuya explicación le revelará un oscuro secreto sobre sí mismo. Aunque estas palabras sí son adecuadas, la película es mucho más que eso, y aquellos que gusten del terror psicológico y la ciencia ficción contemplativa e intimista se encontrarán aquí con una agradable sorpresa.

La película inicia con dos hermanos conversando sobre su pasado y un recuerdo muy específico asociado a un libro de laberintos que uno gustaba de resolver en soledad. Desde este punto, el enfrentamiento de fuerzas es claro: tenemos a un hombre en apariencia débil y confiado, y a otro agresivo, sospechoso y maquiavélico. A los pocos minutos el panorama narrativo cambia por completo y las interrogantes comienzan a surgir con cada nuevo capítulo que divide esta historia. Es justamente por este tipo de ritmo que es complicado compartir de qué trata Ánima sin tener que recurrir a explicaciones anticipadas.

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Ánima es el retrato de las contradicciones que nos forman como individuos

Ánima busca materializar el enfrentamiento humano más constante y aterrador, el que tenemos con nosotros mismos. El director siempre recurre a la mente humana y la ambigüedad emocional en sus trabajos, pero esta nueva propuesta demuestra que está listo para abordar otros temas más existenciales y universales. Sin necesidad de efectos visuales de gran presupuesto o muchos actores en escena, la cinta cumple con los dos factores más importantes que se propone como meta: crear una ambientación de desolación, contradicción y temor; y el propagar la confusión del protagonista a los espectadores que pueden sentirse en un viaje sin retorno directo a la frustración y la melancolía.

Aunque el guion, también de Alejandro G. Alegre, cumple con esta visión, es el trabajo del actor protagónico el que logra atrapar al espectador de inmediato. En Ánima tenemos a dos Samuel, uno retraído, inocente y confundido como un niño pequeño, y el otro irritable, cerrado y de mecha corta. El uso del doble o doppelgänger donde se sirven las figuras como opuestos totales no es para nada extraño en el cine, y suele funcionar como una metáfora de la disociación, la frustración o los deseos reprimidos, como ya se ha visto en títulos como Enemy - 75%, Nosotros - 95% o hasta The One I Love - 80%. Sin embargo, en esta cinta la línea sigue un rumbo algo distinto, pero suficientemente familiar como para ser reconocido por los fanáticos de estas premisas.

A pesar de mostrar a los personajes principales a partir de ciertos clichés para indicar los lados emocionales que representan, Marcos Duarte hace un gran trabajo para adueñarse de Samuel y darle matices que van más allá de estos posibles estereotipos. Los cambios en su mirada, tono de voz y movimientos corporales demuestran una capacidad increíble para representar con respeto lo que fácilmente podría lucir mejor en papel. De esta forma, el personaje se vuelve tridimensional en su complejidad y, sobretodo, en su constante contradicción personal que guía toda la historia. Al final, el espectador se puede comprometer emocionalmente con él en todas sus facetas y tratará de entenderlo en vez de juzgarlo.

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Lo cierto es que Ánima es un gran riesgo y apela a esos fanáticos del género que están más acostumbrados a lo contemplativo y los callejones sin salida. Este punto definitivamente puede verse como su gran debilidad, pues más que alejarse de las tendencias populares, Alejandro G. Alegre termina por retratar un conflicto interno que el espectador puede perder entre los dedos si no presta atención o no cuenta con ciertos antecedentes en el género que le recuerden que en casos así cada aspecto visual representa algo en el gran espejo que es el viaje de Samuel, donde la incomodidad del reconocimiento es clave para alcanzar a la película.

Después de todo, Ánima es, a nivel narrativo, un enfrentamiento con esa tendencia al autosabotaje que todos llevamos dentro y que puede partir de o culminar en el odio a uno mismo. La convivencia en el mundo real (o no real) siempre tiene el potencial de convertirse en algo catastrófico lo que nos puede llevar a la soledad o a la misantropía, pero la única figura de la que no podemos huir es de nosotros mismos. De este modo, una lucha interna a muerte plantea algo mucho más desolador y aterrador donde todos son perdedores y la inquietante pregunta final se mantiene eternamente en el aire: '¿dónde comienza el desprecio a mí mismo?'

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