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Carl Sagan: la soledad en la Tierra y la melancolía de Cosmos

El amante y divulgador de la ciencia que educó a través de artificios audiovisuales a tres generaciones y que dejó un legado discursivo literario, fílmico (Contacto, con Jodie Foster, está basado en una de sus novelas) y científico, nos dejó un 20 de diciembre de 1996. A manera de homenaje, este breve ensayo capitula un poco sobre lo que Cosmos tiene que enseñarnos todavía hoy

Carl Sagan , astrónomo, educador y escritor, ha sido el mayor divulgador de la ciencia del mundo hasta la fecha. La aseveración no es gratuita: las ventas de sus libros, su alcance en televisión y home entertainment en general (la serie que lo hizo famoso aún se vende con regularidad, posicionándose en la categoría de long-sellers), así como su influencia en el cine y la formación de profesores apasionados por la ciencia, respaldan tan aventurada exageración que quien esto suscribe, espera sea constatada no por el curriculum vitae del científico, sino por la experiencia directa con su obra, tanto fílmica como literaria.

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Vida, obra y CV básico de Carl Sagan

Para un hombre que amaba el futuro por lo que de inusitado representaba su presente para los científicos del pasado, poco o nada de su propia historia vemos en este episodio fílmico o en su novela –más tarde producida como película estelarizada por Jodie FosterContacto - 62%. La familia de Sagan huyó a principios del siglo XX de la aldea de Sasov, en Ucrania, después de que su abuelo Leib matara a un hombre por “honor”. Neoyorkino de nacimiento, Carl Sagan vino al mundo cuando la Segunda Guerra Mundial lucía su apogeo más devastador, en la década de 1930.

Después de enseñar en la Universidad de Cornell desde 1968, Sagan recibió una licenciatura y una maestría en Física, y un doctorado en Astronomía y Astrofísica, todas por parte de la Universidad de Chicago. Enseñó en la Universidad de Harvard a principios de la década de 1960 antes de llegar a Cornell, donde se convirtió en profesor titular en 1971. De hecho, Sagan jugó un papel principal en las expediciones de la NASA Mariner, Viking, Voyager y Galileo, aventuras espaciales que tenían como propósito explorar a otros planetas.

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Sagan fue humanista y ecologista antes de que se pusieran de moda. Él estaba tratando de advertirnos sobre el cambio climático en 1980, viendo el futuro de la Tierra en el devastado invernadero de Venus. Estaba profundamente preocupado por la posibilidad de la aniquilación nuclear. Su investigación se centró en temas como el efecto invernadero en Venus; polvo arrastrado por el viento como explicación de los cambios estacionales en Marte; aerosoles orgánicos en Titán, la luna de Saturno que Isaac Asimov soñó colonia terrícola; las consecuencias ambientales a largo plazo de la guerra nuclear; y el origen de la vida en la Tierra.

Recibió medallas de la NASA por Logros Científicos Excepcionales y dos veces por Servicio Público Distinguido y el Premio Apollo Achievement de la NASA. También recibió 22 títulos honoríficos de universidades estadounidenses por sus contribuciones a la ciencia, la literatura, la educación y la preservación del medio ambiente y numerosos premios por su trabajo sobre las consecuencias a largo plazo de la guerra nuclear y la reversión de la carrera armamentista nuclear.

Entre sus otros premios se encuentran el Premio Astronáutico John F. Kennedy de la Sociedad Astronáutica Americana; el Premio del 75 aniversario de Explorers Club; la Medalla Konstantin Tsiolkovsky de la Federación Soviética de Cosmonautas y el Premio Masursky de la Sociedad Astronómica Americana. También recibió la Medalla de Bienestar Público, el máximo galardón de la Academia Nacional de Ciencias.

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Pionero en el campo de la exobiología, continuó enseñando a estudiantes de posgrado en cursos de astronomía y ciencias del espacio en Cornell. En octubre de 1994, ya en las postrimerías de su vida, con una madurez, fama y alcance en sus ideas que sólo Stephen Hawking podía presumir, se llevó a cabo un simposio auspiciado por Cornell en honor a su cumpleaños número 60. El evento duró dos días y contó con oradores en áreas de exploración planetaria, vida en el cosmos, educación científica, políticas públicas y regulación gubernamental de la ciencia y el medio ambiente, todos los campos en los que Sagan había trabajado o tenía un gran interés.

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Además de media docena más de títulos nobiliarios en asociaciones científicas que aprovechaban su fama para pavonearse y acceder a fondos, Sagan fue por 12 años editor de Icarus, la revista profesional líder dedicada a la investigación planetaria, así como editor colaborador de la revista Parade, donde publicó muchos artículos sobre la ciencia y sobre la enfermedad con la que luchó los últimos dos años de su vida.

Al unísono, cofundó Planetary Society, una organización de 100,000 miembros y el mayor grupo de interés espacial del mundo. La sociedad aún apoya importantes programas de investigación en la búsqueda radial de inteligencia extraterrestre, la investigación de asteroides cercanos a la Tierra y, con las agencias espaciales francesas y rusas, el desarrollo y la prueba de la exploración robótica en Marte.

El 20 de diciembre de 1996, Carl Sagan murió a los 62 años de neumonía en el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle, Washington. Fue enterrado en Lakeview Cemetery en Ithaca, condado de Tompkins, Nueva York. Su polvo estelar, podía descansar de las cavilaciones y sueños, y sólo reposar en las entrañas de este punto azul pálido que sigue observando la magnitud de la galaxia.

Cosmos: el misterio del universo contra la soledad

Cosmos (1980) se convirtió en la serie más vista de la televisión pública y PBS no cuenta otro hito de esta índole en su historia. Fue visto por más de 500 millones de personas en 60 países. Consta de trece episodios emitidos durante el otoño y el invierno de 1980. ¿De dónde le vino el éxito y la fama? Todo se reduce a que hablaba de lo que amó: el conocimiento científico en tanto hallazgo, desengaño, desamparo de los seres humanos y, por supuesto, única redención de la belleza que entrañan el intelecto y el raciocinio. Los hombres valemos algo gracias al pensamiento.

Su pasión fue compartida con esmero y lujo de poesía por medio de imágenes, videos y luengos folios de libros que daban un sentido lírico a lo que solía percibirse como difícil y dogmático. Llegó a través de la magia del cine y la televisión a millones de personas a través de periódicos, revistas y transmisiones de sus programas.

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Cosmos es mucho más que ciencia. Esta serie es capaz de otorgar una dimensión espiritual, vibrante y catastrófica, al cuento de nuestro aislamiento sideral —tema que él ahondó también en su libro Un punto azul pálido (1994). Prueba, así, que no hace falta ser religioso para componer una oda–cuyo lenguaje conmina al nudo en la garganta incluso cuando la cursilería lo embarga–, que torne a la inmensidad en tema central de un relato íntimo con la ciencia. Los poetas del Romanticismo hubieran sufrido un sopor o se habrían arrancado los cabellos de haberlo conocido, pues él demuestra cómo un arte, en este caso el fílmico en su modelo televisivo, embriaga de amor por la materia y arranca alas a los ángeles:

Hemos contemplado nuestros orígenes: sustancia estelar que medita sobre las estrellas, conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones de átomos que consideran la evolución y rastrean el largo camino a través del cual surgió la conciencia, por lo menos aquí. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos.

El filósofo existencialista Alexandre Kojéve encontraría en Sagan, tal vez, la máxima prueba de que “sin el hombre, el ser quedaría mudo: estaría ahí, pero no sería lo verdadero”. Sagan, habla. Cuenta una historia: la de todos. La de la ciencia, que es la enternecedora novela de cómo nos maravillamos con las estrellas y la materia. Pero ojo: es un viaje personal.

Para ser honesto y no encumbrar la pieza, hay que advertir: la música es cursi; la secuencia de apertura de Sagan caminando por un acantilado sobre una costa rocosa representa hoy un cliché documental con tanta retórica como sonrisas inmarcesibles; su discurso, para un mundo hoy más involucrado con la acción, es prolongado; la poesía finalmente causa estragos cuando al improvisar hipérboles raya en lo rimbombante. Sin embargo, basta que Sagan pasee por la Biblioteca de Alejandría e inspeccione cómo el mundo cabía en pergaminos allá por el siglo III a. C., para que la digresión estilo Michel de Montaigne rompe con todo e hilvana un relato del universo. La perspectiva lo es todo, como le gusta, por ejemplo, a los aficionados a la fantasía y las genealogías de amplia imaginación.

Cosmos puede concebirse como un curso completo de ciencias que abarca cosmología, física, biología química y la historia del hallazgo o el asombro científico. No hay un momento aburrido, con suficientes recreaciones históricas para una película íntegra de cada personaje, desde Anaxágoras y Ptolomeo en la Antigua Grecia a través de Copérnico hasta Kepler o Tycho Brahe. Los valores de producción son valiosísimos y si History Channel volviera a esos principios narrativos, otro gallo le cantaría.

Sagan y sus guionistas, Ann Druyan (su esposa) y Steven Soter, relacionaron la exploración de la Tierra con la exploración de los cielos con singular gracia. Recuerdan a los ensayistas más ávidos y encantadores de la literatura cuando arguyen que los barcos holandeses del siglo XVII fueron los precursores de la nave espacial Voyager enviada para explorar el Sistema Solar. En una secuencia, Sagan está en el Jet Propulsion Laboratory de Pasadena; cuando las primeras imágenes de la luna de Júpiter Europa llegan a las computadoras de los astrónomos, los llama muelles para descargar datos que se almacenarán en depósitos digitales, con sorprendente cercanía para esta generación, inmersa en el imperio económico del big data.

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No asombra que este fenómeno televisivo haya sido atendido por sus contemporáneos con ceño fruncido y mohín en los labios. Durante aquellos días, Carl Sagan recibió duras críticas de colegas profesionales conservadores o incluso envidiosos por su popularización de la astronomía y la ciencia, cono si se tratara de algo sólo entendible sobre estrados de socialité, púlpito de universidad conservadora, la cátedra con pizarrón –que hace las veces de patíbulo– y aulas especiales con colores sepia por doquier. Él le dotó de plasticidad y conciencia audiovisual a la comunicación de los momentos más tensos del conocimiento humano. Hoy, la verdad, sentó las bases para profundizar esa conexión entre la ciencia y el público que guardaba una distancia tan grande, como la que hoy atesora el adolescente promedio respecto a las misas dominicales.

Para una entrevista en revista Rolling Stone, en 1980, Sagan dijo:

Somos los representantes del cosmos; somos un ejemplo de lo que pueden hacer los átomos de hidrógeno con 15,000 millones de años de evolución cósmica. Y resonamos a estas preguntas. Comenzamos con el origen de cada ser humano; luego el origen de nuestra comunidad, nuestra nación, la especie humana, quiénes fueron nuestros antepasados y luego el enigma del origen de la vida. Y las preguntas: ‘¿de dónde vinieron la Tierra y el sistema solar?’ ‘¿De dónde vienen las galaxias?’ Cada una de esas preguntas es profunda y significativa. Son el tema del folclore, el mito, la superstición y la religión en todas las culturas humanas. Por primera vez estamos a punto de responder. No quiero sugerir que tengamos las respuestas finales; nos estamos bañando en misterio y confusión en muchos temas, y creo que ese siempre será nuestro destino. El universo siempre será mucho más rico que nuestra capacidad de comprensión.

En la película Contacto - 62%, así como en La Llegada - 94%, el discurso, claro y contundente, no es una gran revelación cósmica: se trata de asumir que la soledad es parte del destino de los seres inteligentes en el universo, pero que no se trata de una tarea de entristecimiento: es melancolía, esa mixtura de tristeza y alegría, lo que nos permite vivir acorde con lo que de hermoso tiene el mundo que habitamos. Nunca conocernos los unos a los otros en tanto conciencias del cosmos, resulta inherente a la existencia.

La contribución de Sagan al simposio de 1969 fue un ataque a la creencia de que los OVNIS son pilotados por seres extraterrestres. Aplicó varias suposiciones lógicas y, partiendo de la paradoja de Fermi –contradicción entre la falta de pruebas y las estimaciones de alta probabilidad para la existencia de civilizaciones extraterrestres, dictada por los físicos Enrico Fermi y Michael H. Hart–, Sagan calculó que el número posible de civilizaciones avanzadas capaces de ejecutar viajes interestelares es de alrededor de un millón. Él proyectó que cualquier civilización que desee controlar a todos los demás regularmente, digamos, una vez al año tendría que lanzar 10,000 naves espaciales anualmente. No sólo parece una cantidad irracional de lanzamientos, sino que se necesitaría todo el material en un uno por ciento de las estrellas del universo para producir todas las naves espaciales necesarias para que todas las civilizaciones se busquen unas a otras. Sencillamente, es imposible conocernos.


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Para argumentar que la tierra estaba siendo elegida para visitas regulares, Sagan dijo, uno debería asumir que el planeta es de alguna manera único. Y esa suposición va en contra de la idea de que hay muchas civilizaciones alrededor. Porque si las hay, la civilización humana, entonces, debe ser bastante común. Y si no somos bastante comunes, entonces no habrá muchas civilizaciones avanzadas. "A veces creo que hay vida en otros planetas y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa", sentenciaba el científico.

Este argumento ayudó a establecer una nueva escuela de pensamiento: la creencia de que la vida extraterrestre existe, pero que no tiene nada que ver con los ovnis. Ayudó a separar a los investigadores que querían identificar objetos voladores no identificados de aquellos que querían identificar a sus pilotos. Y brindó a los científicos la oportunidad de buscar en el universo una vida inteligente sin el estigma asociado con los ovnis.

Supongamos que un encuentro no directo es posible. Si algún día una raza extraterrestre se topara con el testimonio de la Humanidad, en alguna sonda lanzada siglos atrás, y pudiera traducir nuestro datos a su idioma, un mensaje hermoso que para transmitirles el aprendizaje de esta soledad sideral tan señalada por Carl Sagan, bien podría comenzar así:

El universo es un lugar bastante grande. Si estamos solos en el Universo, seguro sería una terrible pérdida de espacio.

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