Kingsman: El Círculo Dorado y las guerras culturales en la cultura pop

Las llamadas guerras culturales se ha venido gestando abiertamente en medios estadounidenses desde hace varios años. Ya sea en los juegos de video, el cómic, las novelas o el cine, hay numerosos tópicos que hacen que liberales y conservadores, izquierdas y derechas entren en colisión una y otra vez. Puede ser la representación de un personaje femenino, un grupo racial o un supuesto punto de vista politizado, todo es terreno para la polémica y el debate. El arte y la cultura son reflejos de sus respectivas épocas y contextos políticos y sociales. Esto no significa que todo el arte producido en una fecha o lugar sea una entidad homogénea y hay que tenerlo en cuenta para analizar cualquier mensaje o tono político que pueda existir en una obra, en este caso, fílmica.

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Hollywood se ha preciado de ser muy liberal y progresista, cualquier actor o director con opiniones que se perciban abiertamente de derecha o conservadoras es eventualmente demeritado y relegado. Veteranos como James Woods y John Milius son algunos que han recibido desprecio de parte de la elite de izquierda de la meca del cine. En estos días de medios digitales, es común ver las llamadas “thinkpieces” que pretenden analizar el contenido de alguna obra. La saga de Kingsman, basada en el cómic de Mark Millar , ha pasado por estos ejercicios de reflexión autocomplaciente y ha sido catalogada como una suerte de fantasía conservadora sexista y vulgar.

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En un reciente texto para Vox, su autor Peter Suderman señala que la primera cinta de Kingsman: El Servicio Secreto - 74% y su secuela, Kingsman: El Círculo Dorado - 51%, muestran ciertas actitudes proconservadoras. En el caso de la primera cinta es por medio de cierta nostalgia de los 80 y de Ronald Reagan, pero en la secuela no queda claro qué la hace ser de derecha. Los despliegues de sexo y violencia parecen haber perturbado tanto a comentaristas liberales como a conservadores y el mismo Suderman señala (correctamente) que la actitud de las cintas hacia estas acciones es más bien juvenil. La fascinación del director Matthew Vaughn y de Mark Millar con estos despliegues son pueriles y pretender asignarles connotaciones políticas suena exagerado y absurdo.

Suderman acusa a la saga de Kingsman de no señalar los horrores de la era Reagan (sin especificar cuáles eran dichos horrores), sin embargo, remarca lo siguiente:

En el corazón de Kingsman existe una visión del mundo populista antipolítica, una en la que la elite mundial de empresarios y políticos es retratada como un grupo de individuos apáticos, desentendidos, indiferentes y hostiles hacia el ciudadano común.

Suderman parece no darse cuenta de que, al decir que la cinta es antipolítica, anula su anterior comentario de que la historia posee tintes proderecha. No denunciar a Reagan es, aparentemente, una apología conservadora, pero lo mismo puede decirse de las personas de izquierda que despliegan con orgullo playeras del Che, Fidel Castro y ondean la bandera de la Unión Soviética, todo esto sin caer en cuenta de que los revolucionarios cubanos y el régimen de la cortina de hierro oprimieron y asesinaron a mucha gente inocente. Una vez más, las cintas de Kingsman son fiebrosas fantasías juveniles sobre agentes secretos que matan de formas impunes y estilizadas y nunca se ensucian con sangre el traje. Estas lecturas sobre cosas y mensajes que probablemente no están ahí, hechas muy al vapor, hablan más sobre los que escriben dichas piezas que sobre las cintas en cuestión. Ni hablar de que esto abre otra interrogante: ¿por qué una obra con aspectos de derecha parece negativo por default, pero una con agenda de izquierda es positiva?

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