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Ghost in the Shell: el fantasma de las adaptaciones fallidas en Hollywood

La ambiciosa saga de ciencia ficción tropieza en la meca del cine

La versión live-action de Hollywood basada en la franquicia de cyberpunk La Vigilante Del Futuro: Ghost In The Shell (44%) se estrenó este fin de semana y los resultados son lúgubres: una taquilla floja en Estados Unidos, crítica adversa y una cinta gris y en exceso olvidable.
La taquilla internacional aún podría hacer algo por las ganancias de la cinta, pero no hay vuelta de hoja en este asunto: Hollywood fracasó estrepitosamente con esta adaptación fílmica.

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La franquicia Ghost in the Shell se ha mantenido vigente y como un referente obligado en la ciencia ficción moderna por una poderosa razón: su búsqueda permanente por explorar temas relacionados con la condición humana por medio de la ciencia ficción dura y especulativa, por formular preguntas sobre la identidad humana y el lugar que ocupa el individuo en sociedades cada vez más impersonales. La creación del mangaka Masamune Shirow ha logrado tener una existencia rica y compleja en cada una de sus encarnaciones: manga, dos cintas animadas y series de televisión. Cada iteración ha explorado a su modo todos los temas mencionados, cada una comprometida con indagar con la mayor profundidad posible todas estas interrogantes sobre los avances tecnológicos y su relación con el ser humano.

Con la llegada de la versión de Hollywood rápidamente surgió una serie de problemas. El primero: el contexto cultural. Si bien el mundo donde transcurren las aventuras de la Mayor Kusanagi es uno considerablemente cosmopolita, fruto de la visión del cyberpunk de las sociedades globalizadas del futuro, también es cierto que el tono y ritmo narrativo es propiamente japonés. Tener un reparto de actores occidentales, en especial a Scarlett Johansson en el papel protagónico, presenta una severa interrogante: ¿por qué Hollywood no se atreve a poner a un actor oriental en dicho papel?

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Las respuestas varían, pero la razón principal obedece más a una cuestión de marketing que al coco del racismo, como varios han querido subrayar. La cruda realidad es que la señorita Johansson es una actriz famosa en todo el mundo, al ponerla en el papel principal se augura mayor penetración en mercados fílmicos de todo el mundo. En otras palabras, no hay una gran teoría de la conspiración racista en juego aquí, sólo una frívola decisión de ejecutivos de estudio ansiosos por vender más boletos de cine.

Un fantasma sin identidad

El manejo de la identidad del personaje en la película es manejado con la intención de lanzar una curva al espectador, fan o no de la franquicia y para todos los que criticaron el aspecto racial. El problema es que no termina de funcionar, como prácticamente todo lo demás en el guion. Desde que comienza la historia un grupo de personajes arrojan rápidamente una serie de diálogos de exposición donde explican, con palitos y bolitas, qué y quién es nuestra heroína. Ya desde un punto tan temprano queda obvio que los guionistas no se tienen confianza y menos la tienen en la audiencia. Durante el resto del metraje esta última continuará recibiendo con énfasis todos estos diálogos que explican y explican qué es esto y lo otro, pero curiosamente, mientras más quiere explicar cosas, la cinta se simplifica más y más.

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Ante este escenario, aunado a que las motivaciones de los personajes son turbias o pobremente desarrolladas, nos encontramos ante una versión dolorosamente reducida y simplificada de los temas que la saga siempre ha explorado. El dilema de la identidad real de nuestra protagonista queda reducido a un mecanismo argumental, una excusa para secuencias de acción y una odisea de venganza hueca y carente de emociones. La tensión y el drama desaparecen en un mar de escenas y diálogos de trámite. Incluso la ciudad, por muy vistosa que se puede ver, en ocasiones pareciera más un centro comercial gigante glorificado, plano y estéril, donde es difícil imaginar que realmente viven seres humanos.

La cinta es, en buena medida, un remake del primer largometraje animado que dirigiera Mamoru Oshii, con un tono y enfoque diferente, pero que aun así no duda en reproducir con fidelidad varias secuencias del clásico de culto. Sin embargo, esta mímica, lejos de beneficiar al producto, lo perjudica cinta y evidencia aún más sus carencias. Las escenas que, en la original acarreaban un significado y una razón de ser, aquí son ejercicios estéticos carentes de valor; pálidas imitaciones carentes de su propio “fantasma”, de su propia consciencia.

El transhumanismo, uno de los puntos temáticos clave del Cyberpunk, junto al miedo a las grandes corporaciones, pierde peso dramático en un relato que incluso falla como ejercicio de acción. Para que una secuencia de acción funcione necesitamos estar involucrados como audiencia y la cinta mantiene siempre una distancia entre el espectador y la trama, la cual avanza con un ritmo mecanizado e insegura de sí misma.

RoboCop: El Defensor del Futuro (88%) de Paul Verhoeven viene a la mente. Aquel relato sobre la muerte y renacemiento de su protagonista siempre procuraba puntuar los momentos dramáticos, así como la transición entre hombre y máquina. La odisea del oficial Murphy por descubrir quién era antes de convertirse en una herramienta corporativa era intrigante de principio a fin. Caso contrario es el del personaje de Johansson, a quien conocemos desde un principio como una entidad artificial, con lo que cualquier vínculo emocional entre la audiencia y ella queda cortado.

La narrativa japonesa generalmente favorece un principio básico en el cine: muestra, no digas. Dado que el séptimo arte es un medio que tiene a la imagen como principal herramienta ésta debe aprovecharse al máximo. La narrativa de Hollywood favorece el exceso de información y muestra a personajes que explican las acciones que ya ejecutan en pantalla. Esta lluvia de datos no significa mucho en la cinta, incluso cuando los personajes empiezan a hablar sobre el “fantasma”, ese residuo de la consciencia humana que un individuo deja en las redes, el término difícilmente dice algo a la audiencia. El mismo título Ghost in the Shell es una referencia directa al libro The Ghost in the Machine de Arthur Koestler, un tratado de psicología y filosofía donde el autor trata los complicados procesos de relación entre la mente y el cuerpo.

Por supuesto, se puede argumentar que un vehículo de entretenimiento producido por Hollywood difícilmente se atrevería a tratar esta clase de temas en un formato diseñado para distraer, más que para hacer reflexionar. Pero tampoco hay excusas para no intentarlo y aunque por momentos la versión live-action hace referencias a estos temas, lo hace siempre de la manera más superficial posible. No existen excusas para solapar la mediocridad de una adaptación que contaba con un material de fuente tan rico en ideas y temas. Hollywood pretende vendernos una hamburguesa mal preparada como si fuera un jugoso filete, e incluso para hamburguesas hay niveles de calidad.

Si no lo harás bien, mejor no lo intentes

Hay una morbosa ironía que conecta a la cinta con otra de 1995, aquella protagonizada por un actor que gozaba de gran fama en el momento (Keanu Reeves) basada en una historia de un respetado autor de Cyberpunk (William Gibson) y hasta con el mismo Takeshi Kitano (criminalmente desperdiciado en La Vigilante Del Futuro: Ghost In The Shell) en un rol secundario. Johnny Mnemonic era su nombre y su fracaso en taquilla y con la crítica la enterró en las arenas del tiempo. La historia parece repetirse hoy, con una cinta que no pasará de ser una anécdota en el mar de adaptaciones fallidas que la maquinaria de Hollywood escupe constantemente. Ojalá Akira (87%) no tenga la misma suerte; si nos va bien, esa adaptación volverá a ser mandada a la congeladora de las malas ideas, que es a donde pertenece.

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