La belleza es la que cuenta, pero vaya que cobra factura.
Esperé un año entero para volver a ver Wicked. La primera parte me dejó flotando entre una historia luminosa y romántica, una dirección de arte que parecía sacada de una vitrina encantada y claro, Ariana Grande como Glinda, que está francamente brillante. Ariana no solo canta, encarna a su personaje. Su Glinda vive dentro de una burbuja literal y simbólica: rosa, perfecta, elevada… aislada. Una burbuja donde todo se ve bonito, pero nada es del todo real.
Esta segunda entrega, dirigida con pulso firme por Jon M. Chu, no viene a seguirte contando un cuento de hadas. Viene a pinchar la burbuja, claro con ese toque mágico de teatro de Broadway que solo tiene esta maravillosa puesta en escena, pero en cine.
Cuando caes en cuenta, estás viendo la vida real
Oz es un lugar mágico, pero con un reflejo bastante reconocible del mundo actual.
Especialmente cuando aparece el Mago de Oz (Jeff Goldblum) y descubrimos que no hay sabiduría detrás del telón, solo un hombre cobarde, manipulador y emocionalmente irresponsable. Un falso líder. Un padre ausente. Un “mago” que promete soluciones mientras se esconde cuando toca responder.
Vamos, el arquetipo está clarísimo: figuras de poder que se venden como salvadores y desaparecen cuando se les pide coherencia.
Eso no es fantasía. Eso es 2025.

El príncipe no premia el esfuerzo, elige la verdad
Y luego está el golpe más incómodo: el amor.
Porque aquí Wicked se atreve a decir algo que nadie quiere escuchar.
Por más que te esfuerces, por más que seas correcta, encantadora y perfecta, el novio encantador no siempre te elige.
Fiyero (Jonathan Bailey) no se queda con la princesa impecable y encantadora. Se inclina por Elphaba (Cynthia Erivo), la que incomoda, la que no encaja, la que es más humana que perfecta y además verde. Y duele, porque nos educaron para creer que el amor era recompensa… cuando en realidad suele ser elección del corazón y punto.
Aquí, la suerte no es de la princesa que se queda para vestir santos.
La suerte es de la bruja que no es malvada, es justa.
El diseño de producción es una obra de arte que se vive de principio a fin
Visualmente, la película es un festín. La dirección de arte de Nathan Crowley y Lee Sandales es una maravilla absoluta. Oz brilla, sí, pero conforme avanza la historia, los espacios también se vuelven más densos, más incómodos, más reales. El vestuario de Paul Tazewell no decora, explica a detalle y con gran belleza. Glinda reluce radiante, perfecta… pero triste, Elphaba se afirma, y el mundo se va quedando sin maquillaje.
Nada está puesto al azar. Todo cuenta algo.

Los animales: la voz sabia que nadie quiere escuchar
Entre tanto ego humano, Wicked deja uno de sus mensajes más inteligentes y actuales: los animales no son accesorios ni metáforas bonitas. Son seres sabios, conscientes, compañeros de una Madre Tierra que observa cómo los humanos juegan a ser dioses, magos y gobernantes. Tal vez por eso incomodan tanto a esta sociedad que pintan.
Conclusión: parece cuento, pero es casi espejo
Wicked no concede deseos y los que concede salen digamos un poco extraños
Quita coronas.
Desarma ilusiones.
Y te deja frente a una verdad incómoda:
Los padres pueden fallar a veces.
los líderes mienten,
el amor no siempre es justo
y la autenticidad, aunque duela, pesa más que la perfección.
No salí con magia.
Salí con realidad.Y aun así… aquí sigo pensando ¡Oh por Dios, vivo en Wicked!
Esperando la siguiente parte.