Cuando se estrenó en 2016, ‘Stranger Things’ parecía una serie pequeña, casi un experimento nostálgico: un misterio suburbano con tintes de terror y un grupo de niños enfrentando algo demasiado grande para ellos. Lo que siguió fue inesperado incluso para Netflix. En cuestión de semanas, la producción se convirtió en una de las más vistas de la plataforma, un fenómeno global que unió a varias generaciones. Su impacto puede rastrearse hasta tres fuentes principales: el cine de los años ochenta, la narrativa de Stephen King y un puñado de teorías de conspiración que marcaron la Guerra Fría. De esa mezcla salió el mundo de Hawkins.
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¿Cómo dialoga ‘Stranger Things’ con el cine de los años ochenta?
Aunque la serie funciona por sí misma, es evidente que respira el mismo aire que el cine de Steven Spielberg, las atmósferas inquietantes de John Carpenter y la sensibilidad aventurera de los clásicos juveniles de la década. Los Duffer crecieron viendo ese tipo de cine y construyeron Hawkins como un espacio donde resuenan esas influencias sin necesidad de imitarlas de manera literal.

En pantalla, la estética de la serie se reconoce de inmediato: las bicicletas moviéndose por las calles suburbanas, los casetes que se rebobinan, los rótulos de las arcades iluminando a los personajes y las luces navideñas que Joyce usa como medio de comunicación. Incluso el neón y el humo que aparecen en laboratorios y pasillos ayudan a recrear una época que la serie no replica de forma exacta, pero sí adapta con intención propia.
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Esa construcción visual no es un adorno; es parte del corazón emocional del relato. La serie trabaja con un tipo de nostalgia que no pretende idealizar el pasado, sino recuperar la sensación de descubrimiento, peligro y camaradería que caracterizaba el cine familiar de los ochenta. Los Duffer utilizan ese lenguaje para contar una historia de amistad forjada en la adversidad, con monstruos que funcionan tanto en clave literal como simbólica. Cuando los primeros capítulos llegaron a la plataforma en 2016, la mezcla entre inocencia suburbana y horror científico remitía de inmediato a películas como ‘The Goonies’, ‘E.T.’ y ‘The Thing’, pero (a excepción de esta última) con un tono más oscuro y a veces más cruel.
La serie no se limita a replicar esas influencias. Lo que hace es tomar la estructura narrativa del cine ochentero: niños enfrentando un mal inexplicable mientras los adultos intentsn comprender qué ocurre, y moldearla hasta encontrar una identidad propia.
Stephen King y la literatura que moldeó Hawkins
Si Spielberg aportó el sentido de aventura y Carpenter el filo del horror, Stephen King dio forma al tipo de historia que los Duffer querían contar. La serie comparte con él la idea de que lo sobrenatural no funciona sin personajes profundamente humanos. Por eso, el arco de Eleven no se define solo por sus poderes, sino por su vulnerabilidad, su aislamiento emocional y la fractura que dejó su infancia dentro del laboratorio.
Las referencias a ‘Firestarter’ son evidentes: una niña con habilidades psíquicas criada bajo vigilancia gubernamental y convertida en arma involuntaria. La sensibilidad emocional con la que los Duffer retratan sus poderes también tiene ecos de ‘Carrie’, donde lo paranormal está ligado a traumas y deseos reprimidos. Y el núcleo de niños enfrentando algo monstruoso es, en gran medida, una reinterpretación de la fórmula de ‘It’, donde la amistad es el único antídoto contra el mal.
El ambiente suburbano, las casas donde parece que nada malo debería ocurrir, las desapariciones que nadie logra explicar y la presencia de algo oscuro acechando desde otro plano remiten, de manera inevitable, a varias obras del autor. King siempre ha trabajado la idea de un terror que se esconde detrás de lo cotidiano, y ‘Stranger Things’ adopta esa sensibilidad sin necesidad de copiar una obra en específico.

Incluso la dinámica entre los chicos de Hawkins recuerda la estructura de ‘Stand by Me’: conversaciones íntimas, exploración de espacios prohibidos y un misterio que los obliga a crecer antes de tiempo. Lo mismo ocurre con el Upside Down, que funciona como una especie de versión distorsionada del mundo real, igual que ocurre en historias donde King juega con universos paralelos y realidades alternas.
Los Duffer no han ocultado esta influencia. Al contrario, la han integrado abiertamente en el ADN de la serie. Hawkins es, en muchos sentidos, un territorio kingniano: un lugar donde el horror emerge desde lo más cotidiano.
Teorías de conspiración: MK-Ultra, Montauk y el origen oscuro del laboratorio de Hawkins
La parte más inesperada de las inspiraciones detrás de ‘Stranger Things’ proviene de conspiraciones reales y semireales que circularon durante la Guerra Fría. El laboratorio de Hawkins no nació de la imaginación pura. Está modelado a partir de programas como MK-Ultra, un experimento real de la CIA que buscaba manipular la mente humana mediante drogas, hipnosis y aislamiento. Los registros desclasificados confirmaron que personas fueron usadas como sujetos de prueba sin consentimiento, algo que los Duffer adaptaron al pasado de Eleven, cuyo entrenamiento se basa en técnicas de privación sensorial y experimentación extrema.
La otra fuente es el célebre Proyecto Montauk, una teoría de conspiración que afirma que el gobierno estadounidense realizó experimentos secretos sobre telepatía, control mental, portales dimensionales e incluso manipulación temporal en una base militar de Long Island. Antes de llamarse ‘Stranger Things’, la serie iba a titularse simplemente “Montauk” y situarse en Nueva York. Aunque ese plan cambió, las ideas centrales se mantuvieron: niños sujetos a experimentos, dimensiones paralelas, rupturas espacio-temporales y criaturas liberadas por errores humanos.

Ese cruce entre conspiración y ciencia ficción es lo que da origen al Upside Down y al tipo de horror que vive en Hawkins. La serie nunca se inclina del todo hacia lo paranormal ni hacia la ciencia dura; lo que hace es usar la estética de los rumores de la Guerra Fría para alimentar el miedo de que, detrás de una puerta metálica en algún pasillo sin luz, el gobierno está haciendo algo que nunca debería haber hecho.
Una combinación ganadora
El éxito de ‘Stranger Things’ no proviene de una sola inspiración, sino de la forma en que los Duffer tomaron piezas de mundos distintos y las unieron hasta construir algo que se siente familiar, pero nuevo. El cine ochentero aporta la emoción y la aventura; Stephen King aporta el horror emocional y la profundidad psicológica; las teorías de conspiración aportan la sensación de que hay un secreto oscuro por revelar.
Ese cruce de influencias terminó generando una ficción que homenajea a un periodo y lo resignifica para una audiencia que quizá no vivió esa década, pero la reconoce gracias a la cultura pop. Hawkins no es un lugar real, pero está construido con materiales que todos, de una manera u otra, hemos visto antes. Y esa mezcla es parte crucial de su éxito.
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