La animación en stop-motion ha sido, desde sus orígenes, un terreno donde lo macabro y lo maravilloso se encuentran. A diferencia del CGI, el stop motion se hace fotograma a fotograma con figuras reales, una técnica que respira paciencia y obsesión artesanal. Cada movimiento, cada sombra y cada textura son tangibles, lo que le da una cualidad casi ritual. Por eso, el género encuentra su punto más alto cuando se mezcla con la fantasía oscura, el terror poético o lo inquietante.
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Y si hay un momento del año en que este arte cobra vida con especial fuerza, es durante la ‘spooky season’, esa época en que octubre y noviembre huelen a calabaza, papel picado y pan de muerto. A propósito del estreno de ‘Soy Frankelda’ (2025) —la primera película mexicana completamente en stop motion—, vale la pena recorrer otras joyas que definieron el género: obras que convirtieron el miedo en belleza y lo grotesco en poesía.

‘El extraño mundo de Jack’ (1993)
Dirigida por Henry Selick y producida por Tim Burton, esta película marcó un antes y un después en la animación stop motion. ‘El extraño mundo de Jack’ cuenta la historia de Jack Skellington, el rey de Halloween Town, quien descubre la Navidad y decide apropiarse de ella con consecuencias desastrosas.
Más que una fábula sobre la identidad, la cinta es un manifiesto visual que abrió la puerta a un nuevo tipo de cine animado: gótico, melancólico y para todas las edades. Su música —compuesta por Danny Elfman—, sus muñecos tallados a mano y su atmósfera entre tétrica y entrañable la convirtieron en una tradición anual. Cada octubre, el mundo regresa a Halloween Town, confirmando que la oscuridad también puede ser festiva.

‘El cadáver de la novia’ (2005)
Una década después, Tim Burton volvió al stop motion con ‘El cadáver de la novia’, esta vez junto a Mike Johnson. Ambientada en una Inglaterra victoriana plagada de niebla, la película sigue a Víctor, un joven que, al ensayar sus votos de boda en el bosque, despierta accidentalmente a Emily, una novia muerta que lo arrastra al inframundo.
El encanto del filme radica en su mezcla de humor, tragedia y romanticismo. Lejos de ser un simple ejercicio estético, la cinta explora el amor, la culpa y la redención. Visualmente, es una coreografía de luces azules, pálidos violáceos y esqueletos elegantes. Junto a ‘El extraño mundo de Jack’, consolidó la estética burtoniana y confirmó que el stop motion podía ser tan expresivo como la carne viva.

‘Blood Tea and Red String’ (2006)
Esta joya subterránea, dirigida por Christiane Cegavske, tardó trece años en completarse y se convirtió en una obra de culto entre los amantes de la animación artesanal. Sin diálogos y con un tono de cuento siniestro, ‘Blood Tea and Red String’ narra la disputa entre dos razas de criaturas que se enfrentan por una muñeca de porcelana.
La película parece extraída de un sueño: cada fotograma está hecho con figuras de tela, madera y encaje, animadas con una delicadeza que raya en lo místico. Su silencio, su ritmo hipnótico y su paleta apagada evocan el trabajo manual llevado al extremo. Es un recordatorio de que el stop motion no siempre busca complacer, sino hipnotizar. Perfecta para quienes disfrutan el arte oscuro sin concesiones comerciales.

‘Coraline’ (2009)
Basada en la novela del funado Neil Gaiman, ‘Coraline’ fue el primer gran éxito del estudio Laika, dirigido por Henry Selick. La historia sigue a Coraline Jones, una niña que descubre una puerta secreta en su nueva casa que la conduce a una realidad paralela: un reflejo perfecto de su mundo, pero gobernado por una siniestra “Otra Madre” con botones en lugar de ojos.
‘Coraline’ redefinió el stop motion moderno. Su producción combinó la precisión digital con el trabajo artesanal: las expresiones faciales fueron impresas en 3D, una innovación que amplió las posibilidades del género. Sin embargo, más allá del logro técnico, lo que la hace inolvidable es su atmósfera: una historia de terror infantil que habla sobre la desobediencia, la imaginación y la necesidad de aceptar la imperfección del mundo real.

‘Frankenweenie’ (2012)
Tim Burton regresó a sus raíces con ‘Frankenweenie’, remake en stop motion de su cortometraje live-action de 1984. La historia de Sparky, un perro resucitado por su pequeño dueño Víctor Frankenstein, es un homenaje directo a los clásicos del cine de monstruos.
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Rodada en blanco y negro y proyectada en 3D, la película es una carta de amor a la infancia y al cine de terror de los años treinta. Entre referencias a ‘Drácula’, ‘Frankenstein’ y ‘Godzilla’, ‘Frankenweenie’ celebra la nostalgia y la pérdida con un tono tierno y melancólico. Burton demuestra aquí que el stop motion sigue siendo aterrador y conmovedor en las manos adecuadas.

‘ParaNorman’ (2012)
También en 2012, Laika estrenó ‘ParaNorman’, dirigida por Chris Butler y Sam Fell. La película sigue a Norman, un niño que puede ver y hablar con los muertos, y que debe salvar su pueblo de una maldición ancestral.
Con humor, ternura y una crítica sutil al miedo colectivo, ‘ParaNorman’ consolidó a Laika como el estudio más innovador del stop motion contemporáneo. Fue la primera película en usar impresoras 3D a color para los rostros de sus personajes, un avance que combinó precisión tecnológica con el encanto artesanal del medio. Su mensaje —aceptar lo diferente y enfrentar los prejuicios— la convierte en una opción ideal para la spooky season: escalofriante, divertida y profundamente humana.

‘The Boxtrolls’ (2014)
Dos años después, Laika presentó ‘The Boxtrolls’, una aventura ambientada en la ciudad de Cheesebridge, donde unas criaturas subterráneas adoptan a un niño humano. Dirigida por Graham Annable y Anthony Stacchi, la cinta explora la intolerancia y el clasismo con una estética que mezcla lo decimonónico con steampunk.
Su mayor logro fue combinar una animación impecable con una crítica social sutil. Los boxtrolls, con sus cajas y su lenguaje gutural, son símbolo de los marginados que el sistema teme. Aunque más ligera que sus predecesoras, mantiene el espíritu del stop motion como herramienta para contar historias con alma.

‘La casa lobo’ (2018)
Una de las películas más perturbadoras y originales del género. Dirigida por Cristóbal León y Joaquín Cociña, ‘La casa lobo’ es una pesadilla visual inspirada en los horrores de la Colonia Dignidad, en Chile.
La película combina stop motion con pintura, collage y escultura en una sola toma continua que se transforma ante los ojos del espectador. Las paredes respiran, los objetos mutan y las figuras se derriten en una danza de horror poético. Aunque no es mexicana, su espíritu artesanal y político conecta con la tradición latinoamericana del arte como exorcismo. Es, sin duda, una de las experiencias más intensas que se pueden ver en octubre.

‘The House’ (2022)
En pleno auge de Netflix, ‘The House’ recuperó el stop motion como medio de autor. Dividida en tres historias dirigidas por diferentes cineastas —Emma de Swaef y Marc James Roels, Niki Lindroth von Bahr y Paloma Baeza—, la película utiliza una casa como escenario central para explorar la obsesión, la codicia y el aislamiento.
Cada segmento tiene su propio tono: del horror surrealista a la fábula existencial. Con marionetas de fieltro y una ambientación opresiva, ‘The House’ demuestra que el stop motion puede reinventarse en la era del streaming. Es un cuento moral sobre el deseo de poseer y el precio de la ambición.

‘Soy Frankelda’ (2025)
La más reciente joya del stop motion llega desde México. ‘Soy Frankelda’, dirigida por Roy y Arturo Ambriz y producida por Cinema Fantasma, es el primer largometraje mexicano realizado completamente con esta técnica.
Basada en la serie ‘Los sustos ocultos de Frankelda’, la cinta sigue a una escritora fantasma que debe enfrentar sus propios temores para restaurar el equilibrio entre la realidad y la ficción. Más allá de su logro técnico, ‘Soy Frankelda’ representa el renacimiento del stop motion en América Latina, conectando con la tradición de René Castillo (‘Hasta los huesos’) y la estética gótica de Laika y Burton. Su llegada durante la spooky season no es casualidad: es el punto culminante de un linaje donde el terror, el arte y la fantasía se funden en un mismo pulso visual.
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