El debate en Hollywood sobre el papel de la cultura en medio de la guerra entre Israel y Gaza se intensificó tras la publicación de una carta abierta firmada por más de 1,200 figuras de la industria. En ella, personalidades como Liev Schreiber, Gene Simmons y Mayim Bialik rechazaron el boicot cultural a instituciones cinematográficas israelíes, una campaña que semanas antes había sumado a nombres como Emma Stone, Olivia Colman y Joaquin Phoenix.
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¿Qué dice la carta contra el boicot?
El texto fue impulsado por la organización Creative Community for Peace y acusa al boicot de ser “discriminatorio y antisemita”. Entre los firmantes también se encuentran Debra Messing, Sharon Osbourne, Greg Berlanti, Jennifer Jason Leigh y Rebecca De Mornay, todos en desacuerdo con el llamado de Film Workers for Palestine a cortar relaciones con festivales, televisoras y productoras israelíes.

En la carta se lee: “La industria del entretenimiento en Israel es un centro vibrante de colaboración entre artistas y creativos judíos y palestinos, que trabajan juntos todos los días para contar historias complejas que entretienen e informan a ambas comunidades y al mundo. Las instituciones cinematográficas israelíes no son entidades gubernamentales. A menudo son las críticas más fuertes de la política del gobierno.”
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El documento también advierte: “Este compromiso borra las voces disidentes en Israel, legitima falsedades y exime a Hamas de culpa.” Y concluye con un llamado a la industria: “Hacemos un llamado a todos nuestros colegas de la industria del entretenimiento a rechazar este boicot discriminatorio y antisemita que solo añade otro obstáculo en el camino hacia la paz.”
¿Cómo surgió el boicot al que responden?
El boicot fue promovido a inicios de septiembre bajo el nombre Film Workers for Palestine. Allí, más de 4,000 artistas, incluidos Emma Stone, Elliot Page y Riz Ahmed, se comprometieron a no colaborar con instituciones culturales israelíes que consideran cómplices de violaciones a derechos humanos.
El texto del compromiso señala: “Nos comprometemos a no proyectar películas, participar en eventos ni colaborar de ninguna otra forma con instituciones cinematográficas israelíes —incluidos festivales, cines, radiodifusoras y productoras— que estén implicadas en genocidio y apartheid contra el pueblo palestino.”
Los organizadores compararon esta acción con el boicot cultural contra el apartheid sudafricano, asegurando que la presión sobre las instituciones puede contribuir a detener la violencia. Para los críticos, sin embargo, se trata de un gesto que confunde al Estado con la comunidad artística y termina castigando a voces que muchas veces se pronuncian contra la política oficial.
¿Debe el cine israelí pagar por los crímenes del gobierno?
Más allá del cruce de cartas abiertas, la discusión toca un punto delicado: ¿debe la cinematografía israelí cargar con la culpa de la guerra? El reciente caso de la película ‘The Sea’, ganadora del Premio Ophir a Mejor Película en Israel, muestra las tensiones internas. La cinta narra la historia de un niño palestino que sueña con ver el mar en Tel Aviv por primera vez y retrata los obstáculos que enfrenta bajo ocupación.
Su triunfo convirtió automáticamente a la obra en la candidata de Israel para los Oscar, pero el ministro de Cultura Miki Zohar reaccionó con furia y amenazó con cortar fondos a los premios por considerar la decisión “una bofetada” a los ciudadanos.

En contraste, Assaf Amir, presidente de la Academia Israelí de Cine y Televisión, defendió la elección diciendo que, en tiempos de guerra, la capacidad de mostrar “al otro” es una respuesta poderosa tanto frente a las críticas internacionales como a los ataques del propio gobierno contra la cultura.
Durante la ceremonia, el productor Baher Agbariya subrayó: “El filme trata sobre el derecho de todo niño a vivir en paz, un derecho básico al que no renunciaremos.”
El arte israelí se encuentra así en una encrucijada: por un lado, las campañas de boicot que buscan aislarlo; por otro, la presión de su propio gobierno. En medio, los cineastas intentan contar historias que muchas veces desafían la narrativa oficial. Tal vez la pregunta no sea si el cine debe pagar por los crímenes del Estado, sino si puede seguir existiendo como un espacio donde se escuchen voces incómodas incluso en tiempos de violencia y censura.
Con información de Deadline.
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