Pocas películas de los años ochenta logran conjugar el caos, la sátira y la ternura como ‘Gremlins’ (1984). Dirigida por Joe Dante, escrita por Chris Columbus y producida por Steven Spielberg, la cinta se estrenó bajo la apariencia de una comedia navideña con monstruos. Sin embargo, bajo su superficie de humor negro y efectos prácticos memorables, la película esconde una de las críticas más agudas al sueño americano, a la cultura del consumo y a la hipocresía moral de su época. Su aparente simpleza fue el disfraz perfecto: detrás de los mogwai y los gremlins se oculta una parábola sobre la codicia, la xenofobia y la desilusión.
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Revisitar ‘Gremlins’ cuarenta años después revela su inteligencia subversiva. Varios críticos y ensayistas han coincidido en algo: no estamos ante una simple historia de criaturas traviesas, sino ante una obra que ridiculiza los valores más sagrados de la sociedad estadounidense.
¿Es realmente una comedia de monstruos…?
A primera vista, ‘Gremlins’ parece una película de horror familiar: un chico recibe un extraño animal como regalo y todo se sale de control. Pero el punto de partida es mucho más revelador de lo que parece. Randall Peltzer, el padre de familia, es un inventor fracasado que encarna el mito del emprendedor americano. Sus inventos no funcionan, su economía familiar es un desastre y aun así se aferra a la idea del éxito individual.

Durante un viaje de negocios llega a un barrio chino “exotizado”, donde encuentra al mogwai que desencadena la trama. El dueño de la tienda se niega a vendérselo, advirtiendo que cuidarlo implica una gran responsabilidad. Peltzer, acostumbrado a que el dinero compre todo, lo obtiene de todos modos.
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Este gesto, aparentemente inocente, se ha reinterpretado como una metáfora del colonialismo y del saqueo cultural. Un ensayo de Interstellar Flight Magazine lo resume así: “Un hombre blanco robando de otra cultura porque simplemente necesita poseer la curiosidad extranjera que descubrió.” Es el impulso imperial de poseer lo ajeno, el mismo que transforma cada descubrimiento en mercancía. A partir de ese robo nace el caos: los mogwai se multiplican, mutan, destruyen, y el pequeño pueblo de Kingston Falls termina convertido en un carnaval de destrucción.
Lo interesante es que el propio filme parece consciente de esa ironía. Joe Dante construye un universo donde la codicia y la torpeza de los adultos son el verdadero origen del mal. El pequeño Gizmo —la criatura original— no representa la amenaza, sino el equilibrio que los humanos rompen. Cuando la película explota en su segunda mitad, lo que observamos no es una invasión externa, sino una metáfora de cómo la irresponsabilidad y el deseo de poseer lo exótico terminan volviéndose en contra de quien los provoca.
El consumismo como monstruo
La Navidad en ‘Gremlins’ es cualquier cosa menos sagrada. Desde las primeras escenas, el pueblo está inundado de escaparates, villancicos, luces, anuncios y electrodomésticos. La familia Peltzer vive rodeada de productos defectuosos, símbolo de una modernidad hueca. La primera aparición del mogwai ocurre justo en medio de este contexto de consumo compulsivo: un regalo comprado sin entender lo que se compra.
El crítico Peter Bradshaw, de The Guardian, sintetizó este mensaje al decir que la película “se burla del materialismo estadounidense, su desconfianza hacia los extranjeros y su irónica dependencia de juguetes y aparatos fabricados en el extranjero en Navidad y en cualquier otra época del año.” La sátira apunta directo al corazón de la cultura de consumo: un país que teme a lo extranjero pero depende de sus productos, un pueblo que confunde la felicidad con la propiedad.
Por eso ‘Gremlins’ no es simplemente una historia sobre monstruos sueltos, sino una fábula sobre el deseo insaciable. Los mogwai se multiplican cuando entran en contacto con el agua, y los gremlins nacen al comer después de la medianoche. Ambas reglas giran en torno al exceso: beber, comer, reproducirse sin control. Su comportamiento caricaturesco es un espejo grotesco del propio estilo de vida americano.
En la lectura de Marcus Bines, publicada en Fanfare, el caos de los gremlins es un acto de justicia poética: “El poder del dinero es objeto de críticas, tanto explícitas como implícitas. Por supuesto, está la señora Deagle, que funciona como una mezcla de Scrooge y el señor Potter de «¡Qué bello es vivir!», y ante quien la mayoría de los habitantes del pueblo deben someterse hasta que los gremlins se salen con la suya.” La violencia no es gratuita; los verdaderos villanos son los banqueros, los oportunistas y los racistas que abusan del poder.
Una farsa sobre la autoridad, la culpa y la moral
Uno de los rasgos más brillantes de ‘Gremlins’ es cómo subvierte la moral tradicional del cine de terror. En lugar de castigar a adolescentes rebeldes o pecadores, castiga a los adultos responsables del orden social: la casera avara, los policías incompetentes, el empresario que juega a ser inventor. El ensayo de Interstellar Flight Magazine señala que los gremlins atacan “al hombre racista y a la casera,” convirtiendo la violencia en una forma de justicia simbólica.

A nivel doméstico, la película también invierte los roles de poder. Lynn Peltzer, la madre, se convierte en la heroína silenciosa cuando elimina a varios gremlins con utensilios de cocina. Marcus Bines celebra esa secuencia: “No tolera en absoluto que invadan su espacio y hace un uso sublime de la batidora, un cuchillo afilado y, sobre todo, del microondas.” En medio del caos, la ama de casa se transforma en guerrera: su cocina se vuelve un campo de batalla donde la violencia se justifica como defensa del hogar.
Racismo, miedo y la sombra del “otro”
A lo largo del filme, Mr. Futterman, el vecino veterano, se queja de los “autos con partes extranjeras” y del supuesto sabotaje de productos no estadounidenses. La palabra “gremlin”, usada durante la Segunda Guerra Mundial para explicar los accidentes mecánicos, resuena aquí con un tono xenófobo. Los monstruos representan el miedo a lo extranjero, pero también la ironía de depender de él.
Esa lectura racial ha sido recuperada en los últimos años por críticos que ven en ‘Gremlins’ una representación involuntaria —o tal vez consciente— de los estereotipos sobre inmigrantes. “Los gremlins son en realidad una manifestación de los temores de la América blanca sobre lo que los inmigrantes le harán al país,” apunta el ensayo de Interstellar Flight Magazine. La película funciona así como un espejo incómodo: los humanos crean al monstruo que temen, y luego lo exterminan sin asumir su culpa.
El cierre lo deja claro. Cuando el anciano dueño del mogwai regresa para recuperar a Gizmo, su sentencia resume la moraleja:
“Tratáis a Mogwai como vuestra sociedad trata todos los dones de la naturaleza. No lo entendéis. No estáis preparados.”
Esa frase es el núcleo ético del filme y encierra una crítica más amplia: la civilización que explota lo que no comprende está condenada a destruirlo.

El reverso oscuro de ‘E.T.’ y la burla a la nostalgia
Bradshaw describe ‘Gremlins’ como “el gemelo malvado de E.T.”, la criatura adorable de Spielberg. La comparación no es gratuita. Ambas películas presentan un pequeño ser fantástico que entra en contacto con la humanidad, pero mientras ‘E.T.’ celebra la empatía y la inocencia, ‘Gremlins’ muestra el fracaso de esas virtudes. La historia de Dante transforma la amistad interplanetaria en una sátira de la codicia y el autoengaño.
Además, ‘Gremlins’ deconstruye la nostalgia del cine clásico. Referencias a ‘It’s a Wonderful Life’, ‘Invasion of the Body Snatchers’ o ‘The Wizard of Oz’ recorren la película, pero no como homenajes sino como burlas a una idea idealizada de la vida americana. Incluso el monólogo oscuro de Kate (Phoebe Cates) destruye el mito del espíritu navideño, revelando un fondo de trauma y desesperanza.
Una obra maestra disfrazada de caos
Pese a su humor absurdo y su estética de monstruos de goma, ‘Gremlins’ fue una de las películas que cambió las reglas del cine comercial estadounidense. A nivel visual, sigue siendo un logro técnico: marionetas, animatrónicos y efectos prácticos que hoy conservan su encanto artesanal. Pero su verdadero mérito está en el guion: una sátira tan eficaz que muchos espectadores nunca notaron que lo era. Entre el caos y la risa, Joe Dante construyó una obra maestra sobre la avaricia, el racismo y la ingenuidad de una sociedad que se creía inocente.
‘Gremlins’ no solo sigue siendo divertida; sigue siendo peligrosa. Y esa es, precisamente, la marca de una obra maestra.
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