La cantante estadounidense Sabrina Carpenter calificó como “malvado y repugnante” el uso de su canción “Juno” en un video oficial del gobierno de Donald Trump que promueve las deportaciones realizadas por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). El enfrentamiento público, que incluyó una agria respuesta de la Casa Blanca, no es más que el capítulo más reciente en una serie de controversias donde la administración utiliza propiedades culturales sin autorización para respaldar su agenda de política migratoria.
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La publicación, difundida el lunes por los canales oficiales, mostraba imágenes de agentes de ICE deteniendo personas con la pista de Carpenter de fondo y una frase de la letra: “¿Alguna vez has probado este? Adiós, adiós”. La artista, actualmente una de las figuras más prominentes del pop global gracias a éxitos como “Espresso” y su álbum Short n’ Sweet, respondió sin ambigüedades en la red social X: “Este video es malvado y repugnante. No involucren nunca ni a mí ni a mi música para beneficiar su agenda inhumana”.

Horas después, la subsecretaria de Prensa de la Casa Blanca, Abigail Jackson, contraatacó con un mensaje que aludía al título del último álbum de la cantante: “Aquí hay un mensaje Short n’ Sweet para Sabrina Carpenter: no nos disculparemos por deportar de nuestro país a peligrosos criminales ilegales, asesinos, violadores y pedófilos. Cualquiera que defienda a estos monstruos enfermos debe ser estúpido”.
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¿Una estrategia de comunicación calculada o una provocación inadvertida?
La utilización de “Juno”, un tema contenido en el aclamado álbum Emails I Can’t Send de 2022, no parece ser un hecho aislado o accidental. Por el contrario, se enmarca dentro de una estrategia de comunicación pública que la administración Trump ha venido ejecutando durante meses, dirigida específicamente a audiencias jóvenes y utilizando como vehículo íconos de la cultura pop, los videojuegos y el cine.
Esta no es la primera vez que el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) o la Casa Blanca recurren a referencias culturales para enmarcar su mensaje sobre inmigración. Anteriormente, se lanzó una campaña de reclutamiento para ICE que empleaba imágenes y lenguaje de la saga de videojuegos ‘Halo‘, invitando a “terminar la lucha” y “destruir al Flood” (los parásitos alienígenas de la serie), una analogía que equiparaba a los migrantes con una amenaza extraterrestre.
Dicha campaña generó un rechazo inmediato y visceral de figuras clave detrás de la franquicia. Marcus Lehto, cocreador de ‘Halo‘ y diseñador del personaje del Jefe Maestro, declaró que el anuncio le parecía “absolutamente aborrecible” y que ver la saga “cooptada” de esa manera le “enfermaba”.
De manera casi paralela, la administración también publicó material que hacía referencia a la trilogía cinematográfica “El Señor de los Anillos”, utilizando la idea de “proteger la Comarca”. Esta apropiación de narrativas de fantasía épica para fines de reclutamiento y propaganda política ha sido criticada por observadores como una simplificación grotesca de obras complejas y una instrumentalización de símbolos culturales compartidos.
El caso de Carpenter, sin embargo, introduce una variable distinta: la música. A diferencia de los mundos ficticios de ‘Halo’ o ‘El Señor de los Anillos’, una canción como “Juno” lleva inherente la voz, la interpretación emocional y la autoría directa de la artista. Su uso sin permiso no solo es una apropiación de un producto cultural, sino de la identidad y el trabajo creativo específico de una persona, lo que explica la vehemencia de su reacción.
Un patrón de conflictos: la música como campo de batalla política
El conflicto con Sabrina Carpenter se inscribe en un patrón creciente de desencuentros entre la administración Trump y la industria del entretenimiento por el uso no autorizado de música. Un caso emblemático previo ocurrió apenas el mes pasado con Olivia Rodrigo. El Departamento de Seguridad Nacional utilizó su canción “All-American Bitch” (un himno de empoderamiento feminista y frustración contenida) como banda sonora para un video que instaba a los inmigrantes indocumentados a auto-deportarse. La respuesta de Rodrigo fue rápida y contundente en los comentarios de la propia publicación oficial en Instagram: “No usen nunca mis canciones para promover su propaganda racista y llena de odio”.

Incluso artistas con un perfil generacional diferente y una carrera establecida desde décadas anteriores han sido arrastrados a esta dinámica. En octubre del año pasado, Kenny Loggins se vio obligado a exigir la remoción de su clásico “Danger Zone” (popularizado por la película ‘Top Gun’) de un video generado con inteligencia artificial que circulaba en la cuenta de Truth Social de Donald Trump.
El video, de tono burlesco y contenido gráfico, mostraba al expresidente volando en un avión y soltando toneladas de heces fecales sobre sus opositores. Loggins declaró que se trataba de un “uso no autorizado” de su interpretación, que nadie le había pedido permiso –el cual hubiera denegado– y exigió su retiro inmediato. Hasta la fecha, la grabación permanece publicada, lo que subraya la limitada efectividad de las quejas de los artistas frente a esta táctica comunicacional.
Estos incidentes repetidos plantean interrogantes legales y éticos sobre los límites del “fair use” (uso justo) en un contexto gubernamental y propagandístico. Mientras los artistas alegan una violación a sus derechos de autor y a la integridad de su obra, la administración parece operar bajo la premisa de que la exposición y el marco político justifican el uso, o calcula que la controversia generada beneficia más que perjudica a su mensaje.
Con información de Deadline.
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