La historia pública de Aliens suele contarse como la de un milagro industrial, una secuela a cargo de James Cameron que no se conformó con repetir fórmulas y que terminó por redefinir el cine de ciencia ficción comercial. Sin embargo, detrás de esa imagen pulida persiste un relato menos cómodo, uno atravesado por fricciones y decisiones tomadas al límite. Décadas después, su director vuelve a ese territorio con una franqueza que incomoda y resuelve.
James Cameron ha construido una carrera asociada al control absoluto del set y a la obstinación creativa. Pero durante el rodaje de Aliens, cuando tenía 30 años, su autoridad fue cuestionada una y otra vez. El proyecto lo colocó en un contexto adverso, como joven extranjero, al frente de una producción que no terminaba de tomarse en serio ni a él ni al tipo de película que intentaba hacer.
En ese clima se inscribe también su relación con la protagonista, Sigourney Weaver, quien ya cargaba con el peso de ser Ellen Ripley y con una voz creativa que no estaba dispuesta a ceder sin discusión. La tensión no estalló en escándalos públicos pero dejó huellas que hoy reaparecen en la forma en que Cameron recuerda aquellos meses.
Aliens, clásico de clásicos
Celebramos Aliens porque es una obra de gran precisión y pulso visual, pero nacida en un entorno caótico. Es de saber común que Cameron, en lugar de sentirse respaldado por la maquinaria del estudio, tuvo la sensación de estar a prueba, obligado a justificar cada decisión frente a un equipo británico que miraba con desdén el género y a su director.
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Aliens, estrenada en 1986, se filmó en Pinewood Studios, famosos estudios de cine ubicados a casi 30 kilómetros de Londres. Durante el rodaje, estaba claro que James Cameron se encontraba muy lejos de su hogar y que cada día era una prueba a superar. El difícil proceso de hacer realidad la secuela no demeritó el producto final: un clásico absoluto de la ciencia ficción.
James Cameron, Aliens y los problemas en Pinewood Studios
Fue en una charla reciente donde Cameron volvió a detallar el episodio que con los años se convirtió en leyenda. Invitado al podcast Just Foolin’ Around With…, el director explicó que el “manifiesto” dirigido al equipo de Pinewood no fue una carta escrita, como se pensó durante largo tiempo, sino una explosión verbal, una válvula de escape tras semanas de hostilidad acumulada.
Cameron situó el conflicto en Pinewood Studios, donde sintió que buena parte del equipo no respetaba ni su autoridad ni la película. Relató que el colmo llegó tras despedir a su primer asistente de dirección, Derek Cracknell, a quien acusó de atacar su trabajo. La reacción del equipo fue abandonar el set en pleno día de rodaje.
“No fue una carta que yo hubiera escrito. Fue algo que dije. De hecho, yo lo empecé, estaba hablando con varios del equipo, ¿no? Con el equipo que se nos amotinó, que bajó las herramientas y se fue del set a mitad de un día de rodaje porque no les gustó que yo despidiera a ese hijo de p*ta, Derek Cracknell.”
En ese contexto, Cameron reunió al mismo grupo y pronunció la frase que circularía durante años en transcripciones imprecisas. Él mismo aclaró que no recuerda haberla dicho palabra por palabra, pero confirmó su intención.
“Me voy a meter en problemas por decir esto. Todos los días, cuando salgo del estudio en coche, paso por debajo de la reja de Pinewood. Y pienso para mí mismo: ‘Algún día voy a salir por esa puerta y no voy a volver… Yo me voy, pero ustedes, hijos de p*ta patéticos, van a pasar aquí el resto de sus vidas.”
Tras ese rodaje, Cameron encadenó proyectos que reinventaron el cine comercial, siempre con presupuestos enormes y ambiciones técnicas desmedidas. La taquilla acompañó esa visión, convirtiéndolo en uno de los directores más rentables de la historia. Avatar: Fuego y Cenizas, su más reciente película, lleva una semana en taquilla y ya tiene 450 millones recaudados a nivel mundial.
Con información de The Playlist.
