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por Jacobo Antúnez

La silla de James Bond vuelve a estar vacía y los reflectores apuntan con insistencia al relevo generacional. Tras la salida de Daniel Craig, los productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson han repetido que buscan “una nueva era” para el espía, lo que automáticamente redujo la edad promedio de los aspirantes. Las casas de apuestas, los tabloides británicos y los medios especializados actualizan sus listas cada vez que un actor joven brilla en taquilla o en la temporada de premios. En cuestión de meses, los nombres favoritos han cambiado de posición como fichas de ajedrez. El requisito no escrito es simple: carisma suficiente para llevar un traje impecable, condición física para saltar de un tren en marcha y un aura que combine elegancia con peligro. Al mismo tiempo, el estudio necesita a alguien dispuesto a firmar por varias películas y a convertirse, durante años, en imagen internacional de la franquicia. Para muchos intérpretes emergentes eso equivale a un trampolín irresistible; para los veteranos puede ser un lastre que impida otros proyectos. De ahí que la conversación se incline hacia rostros en sus veintes y principios de los treintas, con curriculum prometedor pero todavía moldeable. Entre los factores que inclinan la balanza destacan el tono que Eon Productions desea para la próxima fase. Si el guion apuesta por un Bond inexperto que comete errores, un actor con apariencia juvenil y expresión vulnerable tendrá ventaja. En cambio, si la intención es mantener la rudeza realista vista en ‘Skyfall’ o ‘Sin tiempo para morir’, un contendiente con bagaje dramático podría escalar posiciones. A todo esto se suma la presión de las redes sociales, donde el fandom empuja tendencias diarias y cualquier guiño —una foto con esmoquin, una declaración ambigua en entrevista— se interpreta como “confirmación” inminente.