
por Jacobo Antúnez
Pocas figuras en la televisión latinoamericana han dejado una huella tan profunda como Roberto Gómez Bolaños, mejor conocido como Chespirito. Su legado va más allá del éxito comercial o la risa fácil: lo que realmente lo hizo inolvidable fue su capacidad para crear personajes entrañables, cercanos, y llenos de humanidad, aún en medio del absurdo. Durante décadas, Chespirito dio vida a una galería de figuras que reflejaban, desde el humor, aspectos reconocibles de la sociedad mexicana: la pobreza, la inocencia infantil, la torpeza adulta, la ternura de los olvidados, e incluso la ridiculez del poder. A diferencia de muchos comediantes de su tiempo, no se burlaba desde arriba: se ponía al nivel de sus personajes. Su genio consistía en partir de lo cotidiano y transformarlo en símbolo. Cada personaje suyo nació en un contexto específico, con referencias culturales, juegos de lenguaje y un claro sentido del propósito narrativo. Algunos surgieron de necesidades de producción, otros de observaciones agudas de la realidad social, y algunos más como respuesta paródica a modelos clásicos del cine y la televisión. Hoy, varias décadas después, sus creaciones siguen siendo reconocidas por nuevas generaciones. Y no solo porque fueron parte del repertorio televisivo de millones de hogares, sino porque detrás de cada uno hay una historia interesante: un origen, una inspiración, una intención que no siempre es evidente en pantalla, pero que está allí, sosteniéndolo todo.