Sundance 2022 | RESEÑA | 892: la dirección desenfocada le falla a un estupendo John Boyega

El impacto psicológico de la guerra en los veteranos estadounidenses y la negligencia a la que se enfrentan cuando regresan a su país, siguen siendo dos de los temas que han obsesionado al cine de esa nación desde por lo menos la Segunda Guerra Mundial y hasta apenas el año pasado con la controversial Cherry - 27%. En la programación de Sundance 2022, la película 892 es la más reciente en contar una historia real que se convirtió en tragedia, pero que cae en una zona gris que poco hace para enfatizar en la gravedad de lo sucedido.

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Basada en un hecho real y dirigido por Abin Damaris Corbin, 892 es la historia de Brian Brown-Easley (John Boyega), un veterano que toma rehenes en un banco de Georgia tras serle negado un pago por discapacidad que se le otorgó a razón de su servicio en Irak. Pese al más cuidadoso trato con las dos mujeres que secuestró bajo amenaza de bomba, cuando la policía se niega a negociar con él, la situación empeora y es cuestión de tiempo hasta que una de las dos partes decida que es momento de actuar.

Aunque hace lo posible por alejarse del sentimentalismo, la película no logra dar relieve a los temas que pone en cuestión más allá de presentarlos. Incluso cuando Boyega se esfuerza por imprimir la angustia irresuelta de su personaje, la dirección fracasa en explotar el talento de su actor principal al colocarlo en escenas insípidas que carecen de impacto temático y tensión dramática. Piensen en la película como lo contrario a la más reciente La Invasión - 85%, mientras que ese título apostó por poner a su veterano en distintos tonos a lo largo de la historia, éste no deja de diluir su drama.

Esa falta de potencia se debe, principalmente, a la construcción de escenas obvias con diálogos cargados de exposición. Por ejemplo, hay por lo menos dos ocasiones en las que el protagonista explica sus motivos, primero a uno de los sargentos que finalmente se pone al teléfono con él para negociar y luego en otra a la productora de un noticiero. Si bien es evidente que la directora quiere apuntar a la frustración del personaje ante el menosprecio que experimenta pese a haber secuestrado un banco, ese no es el efecto que consigue. No logra transmitir esa frustración, o crear tensión, tanto como estirar la trama. A esto se le suma una doble estructura que nos vuelve a narrar esos mismos eventos en breves flashbacks.

En contraste, hay apenas una conversación entre Brown-Easley y una de sus rehenes, en la que los diálogos no tienen como propósito decir lo que ya sabemos, sino explorar el significado de esa situación. En ella, la mujer le dice que simplemente tome del banco los 892 dólares que el gobierno le debe, y de los que el filme toma su título, pero él se niega porque no quiere simplemente dinero, sino el cheque del Departamento de Veteranos que injustamente le fue negado. Ella insiste en que el dinero es dinero y es ahí que se revela que el personaje no está ahí por una cuestión monetaria, sino humana.

Lo que le interesa, más allá del cheque, es ser reconocido como alguien que importa. La idea detrás de esa discusión es fascinante (y por ello todavía más frustrante que se ignore): para ellas, sus vidas no valen ese pequeño monto, pero sólo a él le queda claro que ese es un precio demasiado alto que su país ya se negó a pagar a cambio de la suya. Y sólo reclamándolo puede obligarlos a admitir que vale más que eso. El conflicto dramático no se presenta sino hasta pasada poco más de la primera hora del filme.

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Lo mismo puede decirse de la postura de los policías. 892 muestra cómo las autoridades, desde la por primera vez la cajera llama al 911, son más prontas para intentar asesinarlo que para tratar de resolver la situación con todos los involucrados sanos y salvos. El libreto incluso pone a un sargento de color, llamado Eli (Michael Kenneth Williams) a enfrentar a sus superiores por la tardanza en establecer contacto con Brown-Easley y la falta de interés de su parte por escuchar sus demandas, pero ese otro conflicto no va más allá de una breve advertencia cuando le cortan una llamada con él y él simplemente les grita que jamás deben interrumpirlo así. También esto ocurre hasta bien pasada la primera hora de la película.

Para un relato que se presta con facilidad al suspenso y la tensión, Corbin apenas consigue ese efecto en la secuencia en la que el personaje toma a sus rehenes. Mientras la cajera trata de llamar a las autoridades, por petición de él, su compañera advierte con cuidado a los clientes y los empleados de que tienen que salir de las instalaciones. Esta es efectiva porque, para este punto, la naturaleza más amable de Brown-Easley se desconoce todavía y lo impredecible de la situación gana peso. Pero esto jamás ocurre de nuevo.

892 falta en ser contundente sobre cómo la raza de Brown-Easley, su estado psicológico y el desdén burocrático de su país lo volvieron alguien desechable para el gobierno estadounidense. Tema y trama jamás se entrelazan de forma significativa. En ese sentido, es un despropósito para la importancia que su historia merece. Quizá un material documental se hubiera prestado mejor a la intención de su realizadora, ya que no queda clara su razón para recrearla. El filme todavía no tiene distribución.

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