RESEÑA | Sundance 2021 | Judas and the Black Messiah: una severa condena al FBI

Luego de la inconformidad de provocó el asesinato de George Floyd y lo sucedido en su Capitolio tras las elecciones, Estados Unidos tendrá que hacer frente a su histórica tradición de eliminar amenazas políticas, ahora respecto al Partido de las Pantera Negras, con Judas y el Mesías Negro - 100%, drama dirigido por Shaka King que ha decidido poner la mirada en la brutal reacción del FBI ante un joven hombre negro que comenzó a ganar mucho poder.

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Judas and the Black Messiah cuenta la historia de Bill O’Neil (Lakeith Stanfield), un informante de esa agencia estadounidense que se infiltra, como su amigo y chofer, en el círculo cercano de Fred Hampton (Daniel Kaluuya), líder del Partido de las Panteras Negras, para poder sabotear su ascendente poder en la ciudad de Chicago. El filme divide su tiempo entre los esfuerzos de este personaje por obtener información y la carrera del político en sus últimos meses de vida.

La película ha sorprendido por la crudeza con la que retrata al FBI de la era de Edgar Hoover, director de ese órgano y que aparece interpretado por Martin Sheen. El filme no escatima en hacer mención, aunque no necesariamente en mostrar, la desesperación por poner un fin absoluto a Hampton y la forma en la que emplearon a otro hombre de color para poder lograr ese objetivo. Con películas más amables, que abordan el racismo y la opresión en más o menos la misma época, es refrescante que ésta no tema mostrar lo más aterrador de este periodo como lo han hecho filmes como One Night in Miami - 95% o El Juicio de los 7 de Chicago - 80% este mismo año.

Lamentablemente, el filme se pierde entre lo que quiere transmitir. Por un lado, comienza mostrando lo radical de Hampton, dándole cierto matiz, y mostrando a O’Neil como apático ante la política, pero egoísta y motivado únicamente por el dinero. Se perfila para mostrar el viaje que tendrá el informante y se pregunta si será capaz de traicionar al carismático líder. Pero a media película, cambia el enfoque de este personaje a la figura del político.

La película podría haber resultado más interesante si se hubiera enfocado en ese personaje y explorar las razones que lo llevaron a traicionar a las Pantera Negras. La película decide, poco a poco, poner a O’Nel en segundo plano, y esto es una pena, dado que Stanfield logra, con las pobres oportunidades que le da el filme, transmitir el miedo e incluso el arrepentimiento que le provoca trabajar para el FBI hacía el final del filme. En especial, cuando esa organización comienza a forzar su colaboración con amenazas.

Judas y el Mesías Negro pasa de presentarnos a Hampton, como un radical que adoctrinaba a su gente, niños incluidos, para creer que la única solución a la opresión contra los afroamericanos es una revuelta armada, o por lo menos una demostración de poder con armas, a una mucho más unidimensional y que se resiste a la violencia. Adopta, poco a poco, más convenciones de una biopic cualquiera que de un thriller político.

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Hay un momento clave de la película, su novia embarazada, Deborah Johnson (Dominique Fishback), le expresa a Hampton el miedo que siente de tener a su bebé porque teme que él se verá atrapado en medio de la lucha de poder que están peleando. Ahí, el personaje de Kaluuya contesta diciendo que desde pequeño sabe que nunca dejaría de buscar justicia para los afroamericanos, porque siempre supo que ese era su destino y que su vida podría ser el costo. Aunque suena a una escena que podría representarlo como obsesionado por sus ideales, King la ejecuta más bien, y nuevamente, desde la admiración, como un hombre dispuesto a darlo todo, incluso su familia por su causa. Esto no quiere decir que Kaluuya no haga un trabajo excepcional, sino que, al igual que Stanfield, el libreto le falla en darle relieve mientras que al otro no le da espacio.

King, pese a los giros del guion, consigue un impacto emocional innegable. Ya sea cuando recrea los mítines de Hampton, los tiroteos entre la policía y las panteras o las escenas más íntimas entre el político y su novia o O’Neil y su agente del FBI, el realizador sabe conmover al expectador con la cámara. Cuando debe crear tensión, la construye al seguir las armas y respetar el impacto de la violencia; donde hay emotividad da paso a planos más cerrados y deja respirar las interpretaciones; donde debe exaltar el carisma del joven político, la edición se vuelve frenética y la música le sigue el ritmo.

Temáticamente, este paralelismo que crea entre Judas y O’Neil y Jesús y Hampton pudo haber resultado más efectivo si el libreto los hubiera puesto uno a uno. Para tratar la relación entre ambos, o para creer que la desafía, no existen momentos con los dos a solas. Lo destacado es el trato entre el FBI y el informante. La cinta los presenta como aliados, unidos sólo por interés, para O’Neil el dinero y para la agencia, la información. Poco a poco, da un giro y queda claro que la oficina lo envolvió a él en una trampa que se construyó a sí mismo, como infiltrado, y que ganaron la partida al usar a un hombre negro para hacer caer a otro. Lo escurridizo, pero brutal, de las técnicas del FBI son realmente la amenaza más presente en la cinta y el terror por las mismas aumenta conforme avanza la trama.

Judas y el Mesías Negro es una historia importante que, en su actual contexto histórico, Estados Unidos necesita conocer. La verdadera pregunta es que Hollywood dejará que se reconozca su valor, con lo severa que es su crítica a la represión gubernamental, o si tendrá miedo de validar tal comentario en su intento por volver a unirse tras las elecciones. De cierta forma, lo convencional de su narrativa podría beneficiarla.

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