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RESEÑA: Game Of Thrones | Episodio 6, temporada 8 (T8/E6) | Su reino no era de ese mundo

Llegó el final en un último capítulo que deja una sensación agridulce entre los fans de la serie de HBO. Fueron nueve años de una historia cuyo secreto estaba en los detalles, por mínimos que fueran, y que eran capaces de generar altas expectativas en la audiencia

En una de las grandes series del siglo XXI (digna heredera de Seinfeld), que marcó un nuevo hito para la comedia en la televisión –y que probó que se podían introducir múltiples rupturas, digresiones y finezas retóricas en una sitcom–, Cómo Conocí a tu Madre, vivimos la decepción de que el argumento del final estuvo muy bien, pero no convenció ni fue capaz de enamorar, enternecer o romper el corazón al público como se hubiera esperado. El problema no fue el qué (el argumento), sino el cómo la finalizaron (la narración). Lo mismo acaba de suceder con la última temporada, y sobre todo el capítulo final de Game of Thrones - 98%.

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Tras meses y meses de noticias, informaciones filtradas y teorías que rizaban el rizo, que daba más cuenta de la imaginación y suspicacia de los espectadores, llegó el capítulo final. De entrada reafirmó las dudas y temores sobre cómo terminaría una serie que se había transformado en un fenómeno mundial en el mundo de la televisión, capaz de despertar pasiones desbordadas, y que además tenía el reto de culminar, por breves y abruptas que estas fueran, los diálogos, secuencias y detalles que añadieran algo a la historia general, de manera inteligente como lo había hecho durante siete temporadas, no siempre con grandes soluciones narrativas, pero coherentes y sorpresivas al fin. Drama, comedia, acción, suspense, violencia y fantasía habían funcionaron sin tacha.

A lo largo de la exitosa historia de Game of Thrones - 93%, los guionistas y showrunners tenían la misión de cerrar de manera épica una serie que como en un juego de ajedrez, siempre había un movimiento maestro para continuar. David Benioff & D.B. Weiss eran capaces de jugar con las expectativas de los espectadores gracias a la guía de George R.R. Martin , e incluso manteniendo sólo las consecuencias posibles de seguir el juego de ajedrez que el escritor había comenzado. Pese a ello, y a que la séptima temporada, con todo, había dado en el clavo para complicar las cosas con emoción, la última tanda de capítulos de la temporada final, ha sido de las peores del show. Los episodios se percibieron sin ritmo, sin vínculo con la trama y los comportamientos previos; los personajes, en lugar de desfigurarse en congruencia con los episodios previos, lucieron una cara cuya forma de pensar y acciones no correspondían a lo que venimos conociendo a lo largo de nueve años.

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Quizá lo más notorio entre los chascos fue el final de la rompedora de cadenas, la que no arde. Ha dejado un sabor de boca agridulce en propios y extraños no porque se trate de dar gusto a los intereses o gustos personales de la fanaticada, sino porque el personaje es inconsecuente, sin justificación a sus acometidas anteriores, aparentemente sin aprendizaje de sus conquistas anteriores. Se asemeja más a las películas chafas que entre 2003 y 2008 quisieron copiar la eficacia fantástica de El Señor de los Anillos - 50% y sólo se llenaron de retórica facilona y barata. Daenerys (Emilia Clarke) perdió su discurso y motivaciones, Tyrion (Peter Dinklage) su elocuencia, Varys (Conleth Hill) desapareció de inmediato, Jon Snow (Kit Harington) su heroicidad y perfil de brújula moral.

¿Qué pasa cuando no comprendes las conclusiones posibles de tus personajes? Acabas dibujándolos de manera caricaturizada como sucedió con Daenerys Targaryen en los últimos cuatro capítulos de Game of Thrones - 98%, ya ni se diga su final a manos de los guionistas que sin más recursos para manejar a un poderoso rol cuya psicología había sido bordada con lujo de detalles desde el inicio de la serie, como lo fueron los de Jon Snow y Tyrion Lannnister, que empobrece la posibilidad de cambiar el entorno por su visión. La nueva Daenerys era una parodia de lo que es una una tirana según la ideología estadounidense: una persona histérica que cree tener la razón y pretende imponerla a los demás sin dudar ni por un segundo si sus acciones son legítimas. El punto no era que evitarán la muerte de los personajes, e incluso la nueva redistribución política, el verdadero problema descansa en cómo arruinaron a un personaje que además era un personaje mágico.

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Lo sospechábamos desde aquella cadena de incongruencias que sucedieron en el capítulo cuatro, “La larga noche”. A eso, hay que sumar que hubo datos que parecía importantes, pero que finalmente resultaron completamente irrelevantes para las conclusiones. ¿De qué sirvió, por ejemplo, que Jon Snow fuese Eagon Targaryen? ¿Hubiese realmente afectado en algo a la conclusión evitarse el brete de otro Targaryen? ¿Alguien lo mencionó siquiera después de la muerte de Khalesi? Quedó como un dato curioso y ocioso de la serie, sin necesidad de que fuera un Targaryen y tuviera sangre azul, roja o morada. Tras haber asesinado a la reina nadie vuelve a hablar más del tema, nomás fue un incesto sin ninguna consecuencia.

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El capítulo cinco fue una probadita de lo que sería el final del show. Daenerys convertida en minutos en una mujer histérica, no una demente clínica, como su padre. Aquí ni siquiera se cumplió el famoso dicho “se volvió loca de la noche a la mañana”. No vemos a Daenerys “enloquecer”, sólo ponerse estúpidamente histérica, hormonal y berrinchuda. Sin que haya lógica, Daenerys, su último dragón y su ejército, terminan quemando a todos los habitantes de Desembarco del rey, incluidos niños. Esto no tiene mucho sentido, sobre todo si recordamos que en Meereen una de sus motivaciones para acabar con los amos de forma cruel es que estos torturaban y sacrificaban a niños esclavos. Nunca duda quemar inocentes al invadir Desembarco del Rey… ¿de cuándo a acá?

No es lo mismo alguien que está poseído por la locura a alguien que se pone estúpido e irritable. Eso no es locura, es histeria. Lo que querían denotar los guionistas es que destruye a causa de una enfermedad hereditaria que, oh sorpresa, la vuelve no una tirana, sino una dictadora, una déspota paranoica. La conducen entonces a ser una persona incómoda para Westeros y la gente que la rodea y no conoce tan bien como Gusano Gris (Jacob Anderson), al que al parecer, le vale madres que se ponga en ese plan.

Hasta aquí, la conclusión es una basura informativa, no narrativa, digna de libro vaquero o manga de tercera. Aun así no todo está perdido. Una vez que terminan de destruir a este personaje en el ridículo de su nuevo perfil onda “señora de los gatos” –qué honor le hicieron a Los Simpson–, enderezan el barco un poco, hasta concluir con imágenes emblemáticas que dicen más y son más poéticas por el modo en que no se ignora la miseria que cargan a cuestas los personajes después de una guerra. Se nota que tomaron en cuenta un final que no descarta, sino que se apoya en las heridas de combate.

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El momento más poético y conmovedor del capítulo sucede cuando Drogon, tras descubrir que su madre está muerta, no ataca a Jon: descarga su dolor sobre el Trono de Hierro, ese objeto de poder que destruye a su madre. La toma y se la lleva a un rumbo desconocido, pero intuimos que es donde sólo moran los seres fantásticos. Su reino y el de su madre no era de este mundo, incapaz de entender lo que los seres mágicos pueden hacer por una realidad atascada de sufrimiento. Se la lleva lejos de los hombres y ese mundo que sólo ha traído pérdida para la casta de los dragones.

Otra cosa ridícula que sí sucede después de algo tan bello y trágico, es la reacción de Gusano Gris, quién tras haber perdido a su amada (Nathalie Emmanuel), y tras el asesinato de su reina, en lugar de acabar con Jon Snow y compañía, tiene un ataque de bondad por lo visto y los encarcela. Como que la lanza y las dagas se le olvidaron de repente.

La instauración del nuevo reino y los finales dignos

A veces un buen final le rompe el corazón al espectador. La intención es que la historia envuelva tanto a la audiencia, que cree tanta empatía con los personajes y cada uno de los que participan de la expectación, perfile posibles finales felices y deseados. Una vez logrado, esto, el autor deja caer un balde de agua fría. Hay piezas ejemplares al respecto. En Deseando Amar - 90%, una difícil historia de amor que nace de la infidelidad de las relativas parejas de los protagonistas, y que con el transcurso del tiempo, irán intensificando una relación que marca sus vidas para siempre, uno quisiera que los personajes enamorados fueran capaces de vivir felices después de tanta calabaza que se chutan. En Romeo y Julieta, el final que todos hubiéramos anhelado es que ambos hubieran podido vivir su romance. En El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, el lector se quiebra cuando el protagonista reniega del mundo que ha creado. Todas estas obras te hacen desear que no pase lo peor y, justo por eso, el autor te devuelve un revés que hiere tu corazón. Eso mismo intentaron en Game of Thrones, pero no les salió.

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Los finales más dignos por sencillos, una vez pasado el gran momento de Drogon volando hacia un paraje misterioso, son los de Gusano Gris y Arya (Maisie Williams ). Él se dirige al pueblo de origen de su amada, Misandei (Nathalie Emmanuel), a cumplir su palabra de proteger a su gente de los esclavistas. La segunda, marcada por el nomadismo que el autoexilio le impone tras la muerte de su padre, posee un espíritu errante, melancólico, incapaz de asentarse en ningún lugar. Tal situación la conduce a transformarse en una exploradora, en justificar su vida en la búsqueda de nuevos lugares, como si de un Marco Polo de este mundo fantástico se tratara.

Los otros finales son igualmente infelices. Sansa (Sophie Turner) termina siendo la reina que siempre soñó, pero a costa de dolor y sangre, sola y amargada, sin su familia. El costo de su nueva posición, la deja incapacitada para amar. Brianne (Gwendoline Christie), queda condenada a amar a un muerto (Nikolaj Coster-Waldau) al que todos desprecian. Tyrion se ve condenado a enmendar todos sus errores el resto de su vida, obteniendo al igual que Sansa lo que siempre quiso, pero hundido en amargura y soledad. Jon Snow, nuestro héroe favorito, ya desterrado y con toda la intención de no volver a la civilización donde vio crecer y morir todos sus sueños, amores y familia, parece regalarnos una escena bella para concluir esta serie.

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