Guerra Fría | El amor en tiempos de guerra

Una historia de amor con música de fondo, poesía e intereses políticos e históricos que marcan la vida de los protagonistas. Guerra Fría - 98% hace referencia al régimen stalinista, pero este es solo el trasfondo. Su objetivo es representar el vaivén amoroso entre un hombre y una mujer, un músico veterano y una cantante que fue su alumna, cuya impetuosa historia de amor tiene mucho de tragedia griega.

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La Polonia soviética en los años cincuenta es el escenario de la nueva película del conocido director polaco Pawel Pawlikowski. Luego de la aclamada Ida - 96%, que ganó el Óscar a mejor película extranjera en 2015, el cineasta regresa con un relato en blanco y negro ambientado en su país natal y que explora el pasado stalinista de Polonia. Parece que no necesita más colores para transmitir su intensidad y la realidad de la situación en la que se desarrollan los personajes, encontrando y explorando ese lado más humano en sus actores principales: Tomasz Kot y Joanna Kulig.

Lo que mejor se le da al cineasta son las historias con protagonismo femenino. En Guerra Fría conocemos a Zula (Kulig), una joven de voz prodigiosa y con un pasado oscuro que busca ingresar a un conservatorio de arte luego de realizar pruebas de canto. Allí trabaja Wiktor (Tomasz), un pianista, compositor y director musical que se encarga de seleccionar los mejores talentos. De ese conservatorio parte un espectáculo itinerante de música y danza tradicional polaca que nos lleva, junto con los protagonistas, de gira por Polonia, Alemania, Yugoslavia y Francia.

Desde el principio, Zula llama la atención de Wiktor y se convierte en su razón de ser. Esta relación es improbable, y arranca como una tímida aventura que se va desarrollando de forma dramática y apasionada durante la hora y media de la película. Somos testigos de cada paso de la relación, que no es ajena a lo que está sucediendo a su alrededor: la maquinaria represiva, la falta de oportunidades y el destino que, al parecer, no está de acuerdo en que se junten. Veremos a la pareja encontrarse y perderse en París, en Berlín, siempre a voluntad de un régimen que demanda devoción a la nación.

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Durante cerca de dos décadas vemos a Wiktor y Zula entrar y salir, legal o ilegalmente, desde Varsovia hasta la ciudad de las luces. Se buscan, se encuentran, se rechazan. La permanente contradicción humana marca el tono de la cinta mientras de fondo vemos a Stalin erigirse en murales que contrastan sobremanera con los paisajes europeos que, en su belleza gélida, son capaces de mostrar la crudeza de un mundo post Segunda Guerra Mundial.

El único defecto que podría encontrarse en Guerra Fría es que su ritmo puede contrastar al nivel de desubicarnos un poco durante algunos de los actos de la película. La primera parte muestra a los protagonistas en un romance que evoluciona sutilmente, que se deja disfrutar a cada momento. Sin embargo, es su última parte la que se siente muy apresurada, con un final que llega casi sin avisar. De pronto no hubo más ideas, pero sí es raro que Pawlikowski decidiera ir despacio para frenar en seco y perder algo de la magia que había construido en el proceso.

La composición y la dirección de actores es de estilo naturalista, con una atmósfera invernal. Abundan los subtextos y detalles sutiles que adornan las hermosas postales que deja el relato. La cámara de Paweł Pawlikowski tiene el poder de captar lo imperceptible como el más leve reflejo en el rubio de un cabello, para distinguir diferentes tonos de negro, de escamas blancas o el gris de la niebla. Mención aparte merece su poderosa protagonista femenina -una expresiva Joanna Kulig-. Pawlikowski firma el guión y la producción, que dedica a sus padres. La fuerza romántica prevalece y resiste los clichés, los adoquines del París de Montmartre, la habitación del ático, los bistrots, y es precisamente porque se trata de un recuerdo íntimo y un romance seguramente mitologizado. Son los recuerdos del niño cineasta sobre sus padres, necesariamente muy bella, necesariamente glamorosa.

Guerra Fría - 98% es una de las maravillas del 2018, con amantes desbordados, canciones folclóricas tristes y miradas que nos cuentan qué hay en el corazón palpitante de Zula y Wiktor.

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