No es un amor por la fermentación. Es devoción a su consecuencia más sacra: el alcohol diluido por el sabor impreso en agua espumante. Sus raíces, que se remontan a los de la mismísima civilización alfabetizada (¿coincidencia? No parece), han sembrado en nosotros perder la cordura con sonrisas y llantos. Su frescura hidrata el deseo y desinhibe. Es el fruto prohibido del Edén en versión líquida. Te agita por dentro lo mismo que te relaja. Su espuma extiende su dominio como lava. Te dispone a la acción o a la pasividad. He ahí el verdadero amigo del hombre, el único que llega en algún momento de tu vida para no irse nunca más, que no vive ni muere, sólo aparece: la cerveza. “La cerveza y un coño esto lo que necesito”, decía Donnie Darko.
Hay individuos para toda clase de cerveza. Los hay melancólicos. Los hay eufóricos, karatecas, trastabillantes, poetas o profetas, malabaristas, galanes o cantantes: todos son nadie hasta que ella los alcanza. Nacieron así y así se escondieron dentro de sus máscaras. La cerveza no tiene la culpa de que ellos vivan a diestra y, sobre todo, siniestra, con la cabeza en un agujero. “La cerveza es intelectual. Qué lástima que tantos idiotas la beban”, decía Ray Bradbury.
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Como mansa maestra, orienta a quienes la visitan a inferir la violencia, pasión y desastre que los identifica. Les da bríos. La debilidad que les brota a algunos, proviene de su incapacidad de alcanzar la iluminación que antecede a la cruda. La cerveza es pura fortaleza para intensificar aquello que vale la pena. Aunque debe estar lista para la fiesta, si no, recordemos la frustración de Groucho Marx en Monkey Business: “¿Llamas a esto una fiesta? La cerveza está caliente y las mujeres frías”.
No importa si viste de lata, de vaso, jarra o tarro. Ámala por lo que es. No seas celoso de su naturaleza pública: de cualquier modo, pocos saben gozarla. Ahora, invítala al cine o a ver una película. Aquí te damos algunas ideas arbitrarias. Ya volveremos otro día con más ejemplos de películas para acompañar a tu cerveza. Por ahora, estas son las que podrían inducirte el gusto inicial. Disfruta el trago. Salud.
Acontece en la vida de este as del boliche autodeclarado y con fijación por dicho deporte, que lo único que puede acompañar a su pasión es un buen tarro de cerveza. Aquí, con la dirección de los hermanos Coen, Jeff Bridges interpreta a Jeffrey Lebowski, un jugador de bolos desempleado de Los Ángeles, quien se hace llamar a sí mismo: The Dude. Lo más interesante, es que una cerveza en botella, según nos revelan los Coen, también funciona para “apagar infiernillos” en la ingle:
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Al lado de John Goodman, Julianne Moore y Steve Buscemi, el amor por la cerveza de The Dude –próximamente interpretado en un spin off por John Turturro– nos deja claro lo esencial que es para poder departir con los cuates. Andrew O’Hehir, reseñista de Salon.com, dijo que la película es “una parodia de lo que significa vivir en los márgenes de Los Ángeles”. Mientras le das un trago a tu tarro, reflexiona sobre esta afirmación.
Que tu película comience en una cervecería de Chicago con dos amigos que son perfectos y no el uno para el otro ya dice mucho de ti. Es evidente que aquí la cerveza une y separa al mismo tiempo: une, porque suscita la camaradería, el jaleo, la diversión y el gozo; separa, porque ¿cómo distinguir en algo tan puro como la amistad que existe un romance o algo así que sólo lo arruinaría todo? “La cámara de Swanberg se mueve a través de cuerpos sin movimiento, en el trabajo y en el bar sin ninguna prisa, y el guión captura el idioma de hombres y mujeres quienes están inclinados a hablar mucho y decir poco”, arguyó en su momento A. O. Scott, de New York Post. Aquí un momento donde cualquiera que beba cerveza con pasión podrá identificar el nivel de intimidad que hay cuando alguien le mete el dedo a tu cerveza:
Sonríe y, mientras lo haces, entrecierra los ojos y bebe un trago profuso de cerveza.
Como dice Philippe Delerm en su célebre libro El primer trago de cerveza, la experiencia de la primera es la única que cuenta. “Empieza mucho antes de la garganta. Ya sobre los labios, ese oro espumoso, frescor amplificado por la espuma; después, lentamente, sobre el paladar, felicidad tamizada de amargura”. O desde la licorería, como McLovin. Tal vez la primera experiencia real de la cerveza, para algunos, sea como un derechazo. Para los nervios, también aprendimos: cerveza. Aquí la prueba:
Tus amigos, a pesar de todo, siempre estarán ahí. A tu lado. A menos que tengan que verificar un asunto de pechos. Eso es clave. “Supercool es una película sobre salir de fiesta, emborracharte y quedarte con la chica, pero mientras va avanzando la noche, se va adquiriendo mucha sabiduría sobre uno mismo y sobre la amistad y el fin de la inocencia en la adolescencia, un esplendor terrorífico”, dijo Scott Foundas, de Village Voice. Lo bueno es que siempre nos quedará la primera cerveza para recordarnos, con afán de melancolía, que crecemos, que abandonamos, que lastimamos, pero no dejamos de vivir. Bebe un poco a la salud de tus amigos de la adolescencia.
Trainspotting: Sin Límites - 89%
Cuando terminas tu cerveza, hay que decirlo, por muy tranquilo que te veas, a veces tienes ganas de romper cosas. O crismas. Por ejemplo, mira nomás qué maravilla: Begbie haciendo de las suyas con proverbial lanzamiento de vaso de cerveza sólo por la pura gana de crear caos:
Lo sabemos. En el fondo todos tenemos algo de violencia esperando a cualquier excusa estúpida para sacarla a flote. Fausto Ponce dijo en Proceso que “Trainspotting es el avistamiento de un mundo mejor mientras se está atrapado en el fango”. Pero es pormenorizar, nuevamente, que se trata de un modo de solidificar la amistad —con cervezas y madrazos de por medio. Aquí, lo que la cerveza incita es, como se decía en el preámbulo, que todos saquen su yo interior. Lo mejor y lo peor con todo su esplendor. Dale otro trago, el más rudo que puedas.
Sin Lugar Para los Débiles - 94%
Una persecución tan desenfrenada en paisajes abiertos y suburbios ateridos de calor, sólo podían traer consigo cervezas. Ahí tenemos un maravilloso diálogo que cierra perfecto un momento clave para que las circunstancias dejen un vacío tras un diálogo inteligente:
—¿Te gusta divertirte?
—Sí, ese soy yo.
—Tengo cervezas en mi cuarto.
—Estoy... esperando a mi esposa.
—¿Es por eso que miras por la ventana?
—Bueno, algo así.
—¿Por qué, hay otra razón?
—Miro por lo que se avecina.
—Sí. Pero nadie nunca ve eso. ¡Cerveza! Eso se avecina.
—Traeré la caja de cervezas. Tú puedes mantenerte casado.
—No, señora, sé a lo que lleva la cerveza.
—La cerveza lleva a más cerveza.
Delicia de diálogo. Además, una cerveza es lo que le hace falta a Tommy Lee Jones después de esta escena:
Ya en esas de persecuciones tipo western, un poco de calor al estilo de los nominados al Óscar 2017. Ahora que también puedes ir al cine a beberte una cerveza directo de la botella. Una michelada, si acaso quieres darle otro toque. O una artesanal, si se presta la ocasión o eres hipstérico. Para ello, te recomendamos esta película, nominada al Óscar, que circula en algunos cines todavía. Todos los personajes tienen en el chipo una cerveza a la menor provocación —por frío, por hastío, para celebrar, etcétera. La persecución delincuente-policía como un arte de no vender lo predecible con artificios obsoletos de falaz ensoñación. Todos saben adónde van o quieren llegar. Todas las deudas, abrazos, halagos y tragedias, son precedidas, celebradas o lamentadas con cerveza de por medio. Una delicia que no deberían perderse.
Y tú, ¿qué películas incluirías en esta lista? Adjúntalas en los comentarios. Las comentaremos cada semana. Con su permiso, tengo una cita con esta señorita:
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