Dos hermanos adolescentes y su hermanastra, a la que acaban de conocer, emprenden un viaje por carretera hasta la frontera entre México y Estados Unidos en un tenso viaje de venganza para localizar al responsable del accidente que causó la muerte de su padre.
Cuando el combustible que impulsa las road movie de mayor éxito es la química o la tensión entre los personajes del coche, no sorprende que esta película se quede sin gasolina. La dinámica entre los tres está poco desarrollada. Un impactante recurso argumental en el tercer acto parece inmerecido. Y un encuentro culminante en el desierto carece extrañamente de tensión.
En el mejor de los casos, esta historia de jóvenes obligados a ser árbitros de la vida y la muerte tiene el aire de El Señor De Las Moscas; de lo contrario, lo absurdo de la situación y el carisma testarudo de los protagonistas le dan el aura de una extensión criminal latinoamericana de Stranger Things. La venganza es inútil y todos somos moralmente falibles; esto se presenta más como una revelación que una formalidad para la audiencia. Pero hay un cierto pozo, complementado por una eficaz partitura de cuerdas de spaghetti-western, en los intentos de A Cielo Abierto.
Cedillo completa la película con un giro devastadoramente crudo, brindando una liberación catártica al dolor acumulado que impregna “A Cielo Abierto”. Al igual que su padre, esta próxima generación de narradores demuestra la capacidad de capturar una ambivalencia fascinante sin respuestas fáciles (...) Hay una rabia juvenil recorriendo al trío central mezclada con chispas esporádicas de inocencia, una combinación que los actores manifiestan de manera convincente.
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