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Avengers: Infinity War | o cómo darle la razón al villano

La película se coronó como la mejor de la trilogía vigente de Los Vengadores. También consiguió dilucidar al mejor oponente del MCU. Aquí, las razones por las cuales esta película logró su propósito

Apunto que las expectativas de un servidor eran bajas cuando fui a ver la película. La primera entrega de Los Vengadores - 92% era buena. La segunda, fatal. La tercera, en el mejor de los casos, sería tan buena como la primera. Mi pronóstico falló, prueba de que la profesión de profeta me ha sido negada. Hoy Avengers: Infinity War - 79%, al lado de Pantera Negra - 90%, ocupa en una jerarquía de gusto personal el segundo lugar del MCU, incluso por encima de la excelente dupla de Guardianes de la Galaxia de James Gunn. Tal vez sea el entusiasmo excesivo que me provocó el primer vistazo. O el hecho de que aquí, a diferencia de todas las demás películas de superhéroes, el más indulgente, piadoso e inmolado de los personajes, es el mal que los héroes tienen que vencer.

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Avengers: Infinity War arranca con dos personajes mitológicos enfrentados y hermanados (¿cómo, si no, armar una rivalidad nórdica?): Thor (Chris Hemsworth) y Loki (Tom Hiddleston) dentro de la nave espacial en la que los dejamos al final de Thor: Ragnarok - 92%. Los héroes defienden, mientras, imaginamos, Valquiria evacúa a parte de la tripulación. El villano púrpura los alcanzó desde la primera escena post créditos de Thor: Ragnarok. Y dado que Loki robó el Teseracto antes de provocar que Asgard estallara, porta la gema del espacio —lo que insinúa una traición o sólo un riesgo insalvable.

Menos de 10 minutos y ya dos Avengers son derrotados a puño y gemas por Thanos; dos personajes más, valiosísimos en una trilogía superheroica de este universo fílmico, mueren como insectos, sin presentar resistencia valiosa. La facilidad para vencer a sus rivales desde el arranque coloca a Thanos en un lugar privilegiado al que ningún enemigo había ingresado: la supremacía guerrera del MCU.

A partir de aquí nadie está a salvo. Ninguna habilidad pugilística, divina, mágica o tecnológica mella la voluntad del antagonista de las simpáticas estrellas que Kevin Feige respalda con pintoresca sonrisa y gorra nerd sin habilidades beisbolísticas. Lo invicto del opresor a frenar, crea lo que ninguna de las apariciones post créditos de Thanos consiguió: la sensación un peligro mayúsculo e imposible de abatir.

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La película es vertiginosa debido a la cantidad de subtramas involucradas, con descansos menores aderezados por humor cáustico o bobo. La jovialidad cumple el cometido de presentar a los personajes en un entorno familiar y afable para el espectador acostumbrado a la ligereza. Restarle pomposidad a lo que ya de por sí se ofrece como sufrimiento y estado de desgracia, fue acertado. (La mejor ejecución en esta tónica de Marvel, con todo su dejo Monty Python, fue sin duda Thor: Ragnarok.) El tejido narrativo rastrea cada movimiento de la Orden Oscura y Thanos mientras este equipo siniestro se mueve de gema en gema y varias facciones de superhéroes intentan detenerlo dejando el pellejo:

a) Tony Stark (Robert Downey Jr.), Spider-Man (Tom Holland) y Doctor Strange (Benedict Cumberbatch) defienden el frente que corresponde a la Gema del Tiempo (el ojo místico de Agamotto). Más tarde se les unen otros héroes espaciales lejos de Nueva York, el escenario inicial.

b) Bruja Escarlata (Elizabeth Olsen) y Visión (Paul Bettany), quienes florecen en tanto pareja profundamente enamorada –y que ocultan su relación cual pareja decimonónica–, son atacados por Corvus Glaive y Proxima Midnight, que buscan la Gema de la Mente (integrada al cerebro de Visión). A la dupla de héroes se unirán los ya resabidos Capitán América barbado (Chris Evans), Viuda Negra rubia, Hulk, War-Machine y Falcon —cuya misión, finalmente, los llevará al territorio custodiado por Pantera Negra: Wakanda.

c) Los Guardianes de la Galaxia se dividen: dos acompañan a Thor en una nueva búsqueda de un Grial para abatir a Thanos y el resto buscarán confrontarlo, lo que los llevará a pelear codo a codo con algunos Avengers y el Hechicero Supremo.

Esta división sobreviene en dos frentes de batalla definitivos: 1.- Wakanda (en la Tierra, por la Gema de la Mente) y 2.- Titán (hogar de Thanos, por la Gema del Tiempo). El entramado da su lugar en esta épica sin control a cada uno de sus personajes sin perder detalle del papel que juegan. Lo sorprendente es cómo en un período tan moderado cupo una historia sucinta que es capaz de integrar, incluso, a personajes desaparecidos desde la Fase 1 del MCU. Uno, en particular, pasa de malote, a monje condenado a la soledad y la sabiduría, casi un ángel macabro.

El primer aplauso va para los escritores Christopher Markus y Stephen McFeely (Capitán América: Civil War - 90%). Después del chasco que fue Avengers: Era de Ultrón - 75%, dar a cada personaje un lugar en el relato se ofrecía un problema difícil de sortear sin caer en tópicos pop casi reglamentarios para blockbusters con intenciones puramente comerciales, como sucedió por momentos en la magistral Capitán América: Civil War. El traspié más esperado por temerosos fans y felices detractores, era que el abuso del recurso cómico, aunado a soluciones informativas que explican en lugar de narrar, acaecieran en un súper comercial para figuras de acción aglutinadas.

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No fue así. Los guionistas le dieron al clavo. La solución fue cambiar de enfoque al estilo Barney Stinson: el protagonista es Thanos, los superhéroes son los obstáculos a sortear para completar la misión del protagonista. El filme construye, con lujo de detalle, coherencia y exaltación apasionada, una desventura para un personaje al que todos los devotos de los superhéroes podrían odiar, mas no contradecir, mucho menos desmentir. Su lógica es inmarcesible y su causa es la causa del bien para el universo entero. No existe, en su intencionalidad, mal alguno: el fin justifica por completo sus medios. Es, en los términos de su tarea esencial, un salvador.

El Guantelete del Infinito, cómic caro a la casa editorial Marvel y punto de partida para la re-creación del villano mayor en este nuevo universo cinematográfico, se caracterizó por presentar a un ser ruin ya vencido, aunque de espíritu megalómano y telúrico (dos rasgos que permanecen en Avengers: Infinity War). Su amor por la Muerte –amor literal por la Muerte personificada– lo conduce al dominio absoluto vía las Gemas del Infinito.

El trazo de la saga de El Guantelete del Infinito homenajea –consonante con el marisma de superhéroes y personajes que inútilmente enfrentan a Thanos en el cómic– a Nietzsche. El villano es nihilista, se sabotea a sí mismo; y sus enemigos lo vencen con una solución que alude al Eterno Retorno y cierto zoroastrismo como parte de la conclusión —que deja a Adam Warlock y Thanos en un plano de conocimiento altamente elevado, y al resto del universo en un loop deprimente donde sólo este gigante morado encuentra la paz. Esta película desestima toda la faramalla de un Thanos enamorado de la Muerte y lo devuelve como un Javert brillante, autocrático, totalitario y trágicamente emparentado con las ínfulas mesiánicas de los políticos, que vive de saber que podría haber salvado a los suyos de la ruina si se hubiera atrevido al genocidio.

¿Cómo inducir empatía en su misión si implica matanzas descomunales? Los escritores lo resolvieron con secuencias que alientan al espectador a vivir el drama de Thanos por medio de tópicos como el sacrificio del ser más amado –parangón trágico que lo coloca en una situación como la de Abraham en La Biblia–, la soledad autoimpuesta –muy en la onda de Evangelion– y una megalomanía bienintencionada al más puro estilo de Kant o Hegel cuando defienden la pena de muerte para acabar con un mal sin dirimir al mundo que lo contiene. Incluso, es un guerrero honrado e insigne que reconoce la grandeza de sus oponentes, como en un momento con tintes clásicos, casi aristía griega, en el que rinde homenaje a Tony Stark. Cualquier tirano podría representar a Thanos: el sacrificio de unos cuantos a favor de la salvación del presente y el futuro de las sociedades —en este caso, de planetas enteros. En el universo reina la injusticia, la violencia, la lucha por los recursos.

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Thanos lucha contra lo mismo que se temía fuera la perdición de los crossovers superheroicos: “We are too many”. Y, como Penteo en Las Bacantes, solicita a la fuerza de las Gemas del Infinito: “llévame por el medio de la tierra tebana, pues soy el único hombre que se atreve a esto”. Él sólo quiere lo mejor para todos: acabar con la condición de Sísifo que traza a la vida consciente en el universo. Es un hijo melancólico de la sabiduría vitalista, expresada en el poder físico y político que, ignorante de las implicaciones mesiánicas de sus actos, crea una especie de religión en torno suyo, como lo delata el discurso sacerdotal del hechicero Ebony Maw. Thanos profesa el amor a un mundo derruido; no lo ampara una mole de venganza como Zemo, Killmonger; o de resentimiento al estilo de Loki, Ivan Vanko o Hela.

En resumen, la fórmula aplicada por guionistas y directores, fue reunir arquetipos de tiranos, gobernantes, héroes y personajes trágicos de la literatura y el cine, y sintetizarlos hasta construir un ser que horroriza por lo racional. Una lección bien aprendida, sin duda, de Batman: El Caballero de La Noche - 94%. Si el inicio, el centro y el final es un mal imbatible y perversamente benévolo, entonces el o los héroes lucirán en toda su tragedia al lado de su oponente.

El guion consigue lo que hoy vemos en series de televisión como Game of Thrones - 98%, Sense8 - 88% o Westworld - 96% y en trilogías como El Señor de los Anillos, pero resumido en un episodio contundente. El cuadro nunca se satura de personajes atacando al enemigo, como sí acontecía en el cómic que sirvió como pivote para esta nueva trama. La película es capaz de presentar a muchos personajes con sus propias líneas argumentales a lo largo de la película, con especial énfasis en Tony Stark, Star-Lord (Chris Pratt), Gamora (Zoe Saldana) y la historia de amor Visión + Bruja Escarlata. El resultado: un filme que se aprecia grave y emotivo en un sentido homérico, cuya desolación es inusitada en este tipo de composiciones corales. Posee, además, momentos en verdad desgarradores que compiten con cualquier episodio conmovedor del resto de las películas del MCU.

La película pertenece al Thanos de Josh Brolin. Su actuación es palpable y el CGI no languidece los gestos. La dirección de los hermanos Russo es impresionante, aunque el exceso de batallas y la aparición de otro ejército de seres clonados sin valor emotivo, trae desastre y caos con secuencias de guerra burdas como si la única forma de ser heroico, es enfrentando, como Roldán, a un chingo de cabrones que eventualmente traerán ruina; como la escena mítica de los 300 espartanos; o al estilo de Sansón: partiendo madres con la quijada de un asno. Pero bueno, es lo menos de la película y afortunadamente, no se dejaron llevar, como Joss Whedon, por esas facilidades de blockbuster —aunque le hubiera venido bien menos monigotes descartables y más enfrentamientos uno a uno de la Orden Oscura con los héroes.

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Otra de las virtudes de los Russo fue que lograron amalgamar, sin perder de vista que estaban creando algo diferente, a los temperamentos de las películas de Marvel. Las secuencias con Star-Lord, Drax, Mantis, Gamora, Rocket (Bradley Cooper) y Groot (Vin Diesel) se sienten como si fuera una de las películas de James Gunn. Thor, a pesar de entrar en una depresión tremenda de quien lo ha perdido, ahora sí, todo, parece salido todavía del set de Taika Waititi.

A veces la muerte salva a la ficción de diluirse y perder el ímpetu que se afinca en las entrañas de los fans. A fuerza de contar las historias de lo breve y lo íntimo se llega a lo heroico y lo épico y, finalmente, a lo trágico –el Ragnarok, el Apocalipsis, el Armagedon… el final de todas las cosas–. Así se construyen y finalizan universos íntegros de manera óptima. Ahí todo el MCU, las dos películas del Batman de Tim Burton o la Mujer Maravilla - 92% de Patty Jenkins para probarlo. Las dos primeras películas de X-Men y sus posteriores visitas al pasado con su correspondiente fallecimiento de Wolverine. Para comenzar algo hay que finalizar un ciclo. Así se traspasan poderes, banderas y se mantiene viva la llama de una mitología. Este, el final del primer período del MCU, es honorable. Y el inicio de la siguiente fase, pinta prometedor.

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